viernes, 8 de enero de 2010

Dionisio


La leyenda popular del nacimiento de Dionisio es muy interesante. Sémele era, según la tradición tebana, hija de Cadmo y de Harmonía. Amada por Zeus, tuvo de él a Dionisos o Baco. Como los celos son capaces de todo, la diosa Hera, celosa una vez más, sugirió a la infeliz Sémele una idea perversa y desdichada: que se empeñase en ver a su amado Zeus en toda su grandeza, en la plenitud de su gloria, tal como se mostraba en presencia de su esposa cuando le manifestaba su amor. Y como quiera que Zeus, en un momento de pasión, le había prometido concederle cuanto le pidiese, no tuvo más remedio que mostrarse a la ninfa amante rodeado de su atmósfera de rayos y truenos. Ni que decir tiene que la pobre Sémele ardió viva, muriendo abrasada pero el fruto que llevaba en su seno fue salvado por Zeus, quien lo encerró en su propio muslo.

Transcurrido algún tiempo, Dionisio vino al mundo, saliendo del muslo de su padre, perfectamente vivo y formado. Una vez en vida, fue confiado a Hermes, que posteriormente lo dejó en manos de Atamas, rey de Orchómenos, y de su segunda mujer, Ino, para que le criasen. Les aconsejó que le vistiesen como si fuera una niña, para tratar de engañar a Hera y librarle así de su celosa cólera. Pero la diosa descubrió el ardid, y para vengarse de Ino y de Atamas los volvió locos. Entonces Zeus llevó a su hijo Dionisio fuera de Grecia, al país llamado Nisa y allí se lo confió a las ninfas. Además, para impedir que su mujer Hera le reconociese, le transformó en un cabritillo,( de ahí que sea este el animal que simboliza al dios, el que se sacrifica en el ditirambo y el motivo por el que en el coro se visten de Sátiros). Las ninfas que le criaron se convirtieron posteriormente, como recompensa a sus esfuerzos, en las siete estrellas de la constelación Hiades.

Se atribuye también a Dionisio la creación del vino. Si creemos en una de sus leyendas, este dios, alegre y plural, encontró cierto día una delicada planta que le cayó en gracia. Era delicada y apenas había crecido, pues sólo tenía unos pujantes brotes verdes. Allí no se adivinaban aún ni pámpanos ni racimos.

Dionisio, al ver que la planta era pequeña y frágil en aquel momento, no se le ocurrió para protegerla más que meterla en un hueso de pájaro. Y el débil tallo, abrigado y satisfecho, no tardó en crecer de tal modo que el dios, viendo que el lecho que le había deparado era insuficiente, le metió en otro mayor, siendo esta vez otro hueso, pero de león. Sin embargo, como Dionisio vio que su protegida seguía prosperando visiblemente, acabó por acondicionarla en un fémur de asno. Y allí fue donde la planta, ya adulta, dio fruto: la uva, entonces Dionisio, vivamente interesado por su inesperado hallazgo, no tardó en descubrir el modo de transformar aquellas uvas en vino. Lo asombroso era que aquel maravilloso licor nació con las cualidades de los seres a los que había correspondido criar la planta: alegría, fuerza y estupidez.

Actualmente, se entiende por dionisiaco todo aquello que tiene que ver con la parte más irracional del ser humano o mejor dicho con el alma. El arte es la expresión del alma del ser humano, de los sentimientos que no son lógicos, la necesidad de expresión. La figura de Dionisio sigue existiendo hoy en día, es una parte de todos nosotros, la parte más humana.

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