viernes, 8 de enero de 2010

Contexto histórico


Contexto histórico

Para una mejor comprensión del desarrollo y evolución del teatro en Grecia se hace necesario enmarcarlo dentro de un contexto histórico y político para después adentrarnos en los orígenes del teatro.

Se puede dividir la historia de Grecia en tres etapas:

A) Arcaica (800-500 a.C.): Es la época de la formación de la Polis o Ciudad-estado. La Ciudad-estado solía componerse de un territorio agrícola (en el que trabajaba la inmensa mayoría de sus ciudadanos y de una ciudad central amurallada La propia geografía de la península griega facilitaba este tipo de formaciones.

A su vez, es el momento de transformación socio-política. De una aristocracia dominante se pasó al poder de un tirano (dictador) que lo adquiría con el apoyo del pueblo y del ejército.

También es el tiempo de la expansión por el mar Mediterráneo y del desarrollo de una nueva concepción estratégica y táctica de hacer la guerra.

Dos fueron las principales ciudades-estado que tomaron preponderancia, una fue Esparta con una organización de carácter autoritario y la otra Atenas, que con Solón, Pisístrato y Clístenes desarrollaron una forma política representativa que basaba su legalidad en el pueblo.

B) Período Clásico: (500-388 a.C.): Ésta será la fase de mayor auge cultural y que reportó a Grecia mayor fama.

Es también la época de las Guerras Médicas entre Eparta y Atenas contra los Persas (490-479 a.C.), con las famosas batallas de Maratón y Salamina; y a su vez, de las guerras del Peloponesio en cuyo campo de batalla los dos líderes se intentaron adueñar del Hélade, Esparta, con el más fabuloso ejército de tierra, y Atenas, con la mayor marina de la época. La guerra abarcará del 41 al 404 saliendo derrotada Atenas.

Es el momento del teatro clásico, (Esquilo, Sófocles, Eurípides…), de la filosofía, (Sócrates, Platón…), de las artes en general, (Mirón, Praxítees…), de los grandes políticos, (Perícles, Demóstenes…).

C) Época Helenística (338-146 a.C.): Ante la situación de debilidad a la que les condujo la Guerra del Peloponesio, Atenas y Esparta fueron conquistadas en la Batalla de Queronea (338 a.C.) por el hasta entonces poco desarrollado reino del norte llamado Macedonia. Su rey Filipo fue asesinado en el año 336 a.C. y subió al poder su hijo Alejandro. Lo primero que este rey hizo fue culminar la conquista del las ciudades-estado griegas para lanzarse al dominio del Imperio Persa, atravesándolo y legando hasta la India. Alejandro muere a los 33 años habiendo construido uno de los más grandes imperios de la historia.

Dionisio


La leyenda popular del nacimiento de Dionisio es muy interesante. Sémele era, según la tradición tebana, hija de Cadmo y de Harmonía. Amada por Zeus, tuvo de él a Dionisos o Baco. Como los celos son capaces de todo, la diosa Hera, celosa una vez más, sugirió a la infeliz Sémele una idea perversa y desdichada: que se empeñase en ver a su amado Zeus en toda su grandeza, en la plenitud de su gloria, tal como se mostraba en presencia de su esposa cuando le manifestaba su amor. Y como quiera que Zeus, en un momento de pasión, le había prometido concederle cuanto le pidiese, no tuvo más remedio que mostrarse a la ninfa amante rodeado de su atmósfera de rayos y truenos. Ni que decir tiene que la pobre Sémele ardió viva, muriendo abrasada pero el fruto que llevaba en su seno fue salvado por Zeus, quien lo encerró en su propio muslo.

Transcurrido algún tiempo, Dionisio vino al mundo, saliendo del muslo de su padre, perfectamente vivo y formado. Una vez en vida, fue confiado a Hermes, que posteriormente lo dejó en manos de Atamas, rey de Orchómenos, y de su segunda mujer, Ino, para que le criasen. Les aconsejó que le vistiesen como si fuera una niña, para tratar de engañar a Hera y librarle así de su celosa cólera. Pero la diosa descubrió el ardid, y para vengarse de Ino y de Atamas los volvió locos. Entonces Zeus llevó a su hijo Dionisio fuera de Grecia, al país llamado Nisa y allí se lo confió a las ninfas. Además, para impedir que su mujer Hera le reconociese, le transformó en un cabritillo,( de ahí que sea este el animal que simboliza al dios, el que se sacrifica en el ditirambo y el motivo por el que en el coro se visten de Sátiros). Las ninfas que le criaron se convirtieron posteriormente, como recompensa a sus esfuerzos, en las siete estrellas de la constelación Hiades.

Se atribuye también a Dionisio la creación del vino. Si creemos en una de sus leyendas, este dios, alegre y plural, encontró cierto día una delicada planta que le cayó en gracia. Era delicada y apenas había crecido, pues sólo tenía unos pujantes brotes verdes. Allí no se adivinaban aún ni pámpanos ni racimos.

Dionisio, al ver que la planta era pequeña y frágil en aquel momento, no se le ocurrió para protegerla más que meterla en un hueso de pájaro. Y el débil tallo, abrigado y satisfecho, no tardó en crecer de tal modo que el dios, viendo que el lecho que le había deparado era insuficiente, le metió en otro mayor, siendo esta vez otro hueso, pero de león. Sin embargo, como Dionisio vio que su protegida seguía prosperando visiblemente, acabó por acondicionarla en un fémur de asno. Y allí fue donde la planta, ya adulta, dio fruto: la uva, entonces Dionisio, vivamente interesado por su inesperado hallazgo, no tardó en descubrir el modo de transformar aquellas uvas en vino. Lo asombroso era que aquel maravilloso licor nació con las cualidades de los seres a los que había correspondido criar la planta: alegría, fuerza y estupidez.

Actualmente, se entiende por dionisiaco todo aquello que tiene que ver con la parte más irracional del ser humano o mejor dicho con el alma. El arte es la expresión del alma del ser humano, de los sentimientos que no son lógicos, la necesidad de expresión. La figura de Dionisio sigue existiendo hoy en día, es una parte de todos nosotros, la parte más humana.

Tespis


Tespis
(s. VI a.J.C.) Poeta trágico griego. Según la tradición ateniense, fue el creador de la tragedia al introducir en los espectáculos dionisíacos de la primavera de 535 a.J.C. el recitado, a cargo del coro de tragodoi o «coro de machos cabríos», que narra las aventuras del héroe. Se le atribuía, además, la invención del prólogo y la creación del actor separado del coro, así como la invención de la máscara. Igualmente se le atribuye la idea de servirse de un carro para ir representando sus obras por los pueblos. No se conserva ningún verso auténtico suyo.

Se dice que Tespis, el primer autor trágico de quien tenemos noticias, impresionaba a su público gracias a su famoso carro, en el que llevó a Atenas, a mediados del s.VI a.C., la primera compañía de actores ambulantes. Se le atribuía la invención de la acción trágica, la máscara y el juego de los actores. No quedan restos de sus obras y parece que tuvo que vencer en Atenas cierta resistencia a aceptar este espectáculo, eminentemente popular.

El tirano Pisístrato, deseoso de ganarse el apoyo del pueblo, instituyó un concurso anual de tragedia en honor de Dioniso, con lo que se convertía en definitivo el vínculo entre el culto a este dios y las representaciones trágicas.

Las tragedias se representaron en las fiestas Leneas, en enero, hasta el final de las Guerras Médicas, fecha en que se instituyeron las Grandes Dionisias, celebradas al comenzar la primavera.

Algunos meses antes de estos festivales, el arconte recibía los manuscritos de los autores y seleccionaba los tres "lotes" que consideraba más meritorios. Cada "lote" constaba de cuatro obras, una trilogía y una obrita más corta, el drama satírico.

Una vez hecha la elección, el arconte se encargaba de hacer representar las obras escogidas, para lo cual asignaba a los autores seleccionados los coros, actores, músicos, trajes, director de coro y demás elementos necesarios para la representación. Se requerían 12 coreutas (15 a partir de Sófocles) y el número de actores pasó de dos a tres.

Un ciudadano rico, designado por el arconte, financiaba la empresa. Se denominaba corega y solía aceptar tan alto honor, por vanidad o por no hallar un pretexto para sustraerse a él. Podía rehusarlo, dando el nombre de un ciudadano más rico, pero éste podía, a su vez, librarse de tan honorífica misión, proponiendo ante los tribunales que su denunciante intercambiase con él todo su patrimonio. Este original sistema fue aplicado varias veces.

El número de actores, normalmente tres, era aumentado en caso de necesidad, por figurantes mudos. El protagonista, o "primer actor", desempeñaba los primeros papeles; el deuteragonista, "actor secundario", y el tritagonista, "tercer actor", los menos importantes. Si la obra suponía más de tres personajes, cada actor asumía varios papeles, cambiándose de traje y máscara. Como no existían actrices, los personajes femeninos eran encarnados por actores.

Las máscaras, cuya boca amplificaba la voz del actor, con sus rasgos muy marcados expresaban el carácter de cada personaje y el color y disposición de los cabellos indicaban su edad y condición. Las largas vestiduras talares les conferían majestad y disimulaban los coturnos, zapatos de gruesas suelas, que elevaban la estatura de los actores.

Los orígenes dramáticos

Los orígenes dramáticos

El drama y el teatro son más viejos que la religión. Comienzan con el primer hombre que piensa que imitando a los animales en torno del fuego del campamento puede aumentar el número de animales y asegurarse una buena caza. Del mismo modo el hombre sedentario y agricultor creerá en la magia de hacer posible la lluvia y evitar las catástrofes climatológicas para obtener una buena cosecha e incluirá la danza y la música y las máscaras en estos rituales. Surge así toda una creencia (religión) en torno al repetido ciclo de la naturaleza. Las cosas de la naturaleza crecen y maduran en verano, mueren en otoño y renacen en primavera, este patrón extensible al hombre hace que pase del animismo a una especie de politeísmo primitivo haciendo antepasados suyos a la mayoría de los dioses. Los grandes hechiceros y jefes se convierten en “grandes espíritus”. Inventan ceremonias de iniciación que exigen un diálogo y adoran a sus dioses con la danza y el canto, educan así a los jóvenes cuentan historias de los héroes de su cultura. El culto engendra los mitos y los mitos deben ser representados para que la raza sobreviva.

En cuanto a los orígenes dramáticos, ciertos autores coinciden como Aristóteles en que la tragedia nació del ditirambo, o himno coral, que se cantaba al dios Dionisos, figura clave en el nacimiento del teatro en Grecia. Hijo de una mortal y del un dios, es la divinidad de la fecundidad, de la vegetación y de la vendimia, características que le permitirán ser figura principal en la sociedad agrícola y ganadera de la Grecia primitiva Suponen que el ditirambo contaba la historia de esa divinidad nacida de Zeus y una mortal, que enseñó al hombre a cultivar la vid y otras frutas y alimentos, y que fue destruida y renació como deidad.




El ditirambo

Los griegos celebraban sus fiestas al principio y al final de la siega, pedían a los dioses que el campo fuera fecundo, y concretamente, lo pedían a Dionisos.

Una procesión de danzantes dionisíacos que representaban a los sátiros - compañeros de Dionisos - paseaban por las avenidas de la Grecia primitiva seguida por jóvenes ansiosos de alcanzar el éxtasis dionisiaco (recordemos que Dionisos es también, como dios de la vendimia, dios del vino). En estas fiestas, un carro recorría las calles con la estatua de Dionisos sobre él, mientras los ciudadanos danzaban, se disfrazaban y se embriagaban.

En honor a Dionisos, se sacrificaba a un carnero cuya sangre fecundaba los campos y se danzaba, danzaban los trasgos (estos danzantes representantes de los sátiros, de hecho, trasgo significa macho cabrío en griego) y a la vez que bailaban salmodiaban algunos textos: estamos ante el precedente del coro.

Mientras el carnero se sacrificaba sobre un altar, los trasgos giraban alrededor de él con sus salmodias y sus danzas. Esto es el ditirambo, que debió llevarse a cabo en las afueras de cualquier pueblo griego durante las fiestas de la siega, en honor a Dionisos.
En cuanto al texto que salmodiaban los trasgos, lo cierto es que no se conoce. Probablemente tenía un estribillo y con el paso del tiempo y la evolución del ditirambo, un elemento llamado ritornello, lanzado como un grito por el coro y respondido por el guía del coro, el exarconte o corifeo, probablemente el primer actor pues ya se trata de un diálogo coro - corifeo.

De " trasgos" derivará el término tragedia. Por su parte la comedia, derivará del término "comos" que sería otro tipo de "gritos" lanzados por los danzantes dionisíacos, un tanto "subidos de tono" durante estas fiestas dionisíacas. Sea como fuere, el ditirambo es un precedente del teatro helénico pues ya encontramos la principal característica, lo fundamental del teatro: gente que mira y gente que actúa. Por la época en que la tragedia estaba pronta a aparecer, las leyendas de Dionisos habían sido suplantadas en los ditirambos por las aventuras de los héroes. Desde entonces, aunque la tragedia ignoró casi por completo las hazañas personales de su dios favorito, las obras se convirtieron en el rasgo más importante y espectacular de su culto.




Del ditirambo a la tragedia

La transformación del ditirambo, ritual heroico mimético, a drama no es clara, al parecer alrededor del año 600 a.C., un poeta y músico, Airón de la isla de Lesbos, habría escrito los primeros versos formales que reemplazaron las palabras improvisadas del ditirambo. Y casi todos los autores piensan que Tespis dio el paso siguiente al introducir al actor que hablaba con el coro, proveía la narración y hasta interpretaba episodios dramáticos. Parece que el cambio del ditirambo al drama se produjo a mediados del siglo VII, sin duda el hombre que se separó del coro y se puso frente a él se convirtió en ese momento en el primer dramaturgo y al mismo tiempo en el primer actor. También se dice que Tespis fue el primer empresario de giras cuando puso a su compañía en un carro y dio representaciones en otras ciudades. A partir de la época de Tespis, y durante tres siglos, Atenas fue la capital teatral del mundo griego. Surgía así la forma teatral que denominamos tragedia. Esta nueva forma recibió la aprobación oficial en el año 538 A. C. cuando el tirano Pisístrato decretó la primera competencia ateniense de tragedias. La presentación como competencia cívica, elevó esa nueva forma de celebración al sagrado nivel cultural de los juegos de Atenas. Pisístrato aseguraría más tarde su permanencia al asignarle un predio en un lugar muy concurrido de la ciudad -una loma ubicada entre la zona más escarpada de la parte alta de la ciudad y la calle de los Trípodes. Este terreno fue consagrado a Dionisos y hasta nuestros días se lo conoce como el teatro de Dionisos.

Las principales fiestas

El teatro tenía una importancia vital para los atenienses, pues constituía la culminación de su ritual religioso y cívico. Presentaban tres clases de obras: tragedias, dedicadas a las leyendas heroicas y que a menudo usaban a los dioses como solución conveniente para el final; piezas satíricas, en las que se hacía burla de tales leyendas y se caía en una obscena mímica a cargo de un coro de sátiros, y comedias, que se referían en una forma farsesca a la vida corriente. Las representaciones dramáticas en Atenas eran organizadas por el Estado. Ir al teatro no era hábito cotidiano: estaba limitado a ciertos días fijos de cada año. En el 534 a.C. Pisístrato, como ya se ha dicho, introdujo un sistema de concurso para elegir las obras dramáticas. Primero fue un concurso para las tragedias y posteriormente, en el 486 a. C. se admitieron las comedias.

Las fiestas dedicadas a Dioniso tenían lugar a fines de enero y comienzo de febrero, y también a fines de marzo hasta comienzos de abril. Las primeras, las más antiguas, conocidas como las Leneas, tenían un carácter más local. El programa se limitaba a una procesión y a un doble concurso trágico y cómico. Las segundas, mucho más importantes eran las Grandes Dionisíacas, la gente acudía de todas partes, y el programa comprendía una procesión solemne en la que participaba toda la ciudad, concursos ditirámbicos y concursos de tragedias y comedias. La fiesta duraba seis días, el primero estaba dedicado a una gran procesión conducida por el sacerdote de Dionisos en su flota de supuestas naves, y a deportes, juegos y diversión en general, En el segundo día, a veces en el tercero, se realizaban los concursos ditirámbicos. Los últimos estaban dedicados a las obras que competían por los premios anuales. En cada uno de estos tres días, durante el siglo V, se presentaba un autor distinto con tres tragedias y una pieza satírica. Por la mañana se ofrecía una tetralogía dramática y por las tardes una o dos comedias. Además de las fiestas dramáticas atenienses, había un tercer tipo, las Dionisíacas rurales, llevadas a cabo en las poblaciones del ática en diciembre. Allí se presentaban las obras ganadoras de Atenas.

Podría decirse que el eje central de toda obra trágica es el restablecimiento doloroso del orden, y el alumbramiento traumático del deber en su doble aspecto. Desde el plano religioso, desarrolla el antagonismo que existe entre el hombre y el cosmos. Y en el plano político explica la conflagración subyacente entre el hombre y el poder. Tanto en un aspecto como en otro, la representación será el vértice del debate. No es casual, por ejemplo, que la figura más relevante de las obras clásicas sea la de los reyes. Esto se debe a que ellos representaban los blancos más visibles de la sociedad, y en consecuencia, eran los más susceptibles, ya que la vida privada de los monarcas, en un espectáculo público pertenecía a todo el mundo. Este aspecto formaba parte de la mentalidad de los griegos. De hecho, la Polis era considerada como un todo, y la justicia, para este pueblo era un valor excelentísimo. Si no había justicia en sus gobernantes la Polis tampoco podía ser justa. Por eso, para los griegos, la política y los políticos eran los encargados de ejecutar justicia, pero en una dimensión propiamente humana. No había posibilidades de realización individual dentro de un régimen injusto.
La justicia era para ellos una perfección valiosa; algo que no se buscaba por sus ventajas, y cuyos designios, sin embargo eran implacables. La finalidad de los festivales dramáticos era la de exaltar la tradición mítica, el patriotismo; aleccionar, conmover, marcar nuevos rumbos, como así también dar lugar a cuestiones honoríficas y cuando no, farandulescas. Muchos actores obtenían premios tales, como la corona de hiedra o placas recordatorias llamadas ex-voto.



El coro y sus componentes


El coro
En un primer momento, en la época en la que Tespis descubre el primer actor, el Coro ditirámbico estaba formado por cincuenta coreautas. Este número se mantuvo en un principio en las primeras obras de Esquilo, aunque como es lógico al ir incrementando el número de actores fue disminuyendo el número de coreautas así como su importancia dentro de la tragedia, al punto que con la comedia moderna habrá perdido sus funciones más importantes. En Las Suplicantes, primera tragedia de Esquilo, el Coro desempeña un papel fundamental, es virtualmente el protagonista, pero con cambios; introduce la división de los cincuenta interpretes en cuatro grupos doce cada uno, siendo esta la magnitud estable del Coro, doce coreautas. Pero años más tarde, Sófocles amplió el número hasta quince, tal vez por cuestiones estéticas, la presencia de quince personas permitía la entada de tres líneas de cinco personas cada una, y al mismo tiempo facilitaba al corifeo principal destacarse de sus compañeros.

El corifeo
El corifeo o jefe del Coro se encargaba de dirigir al resto de coreautas (siempre hombres, las mujeres no interpretaban), llevaba la voz cantante y era quien en ocasiones conversaba con alguno de los personajes de la obra; por otra parte, el miembro del coro que se situaba en medio de la fila más próxima a donde se encontraba el público. Se ha sugerido que en tiempos de Sófocles y Eurípides los quince coreautas incluyendo al corifeo adoptaban una disposición en rectángulo bien en triángulo.


Componentes del Coro
Ordinariamente, el dramaturgo podía haber compuesto el Coro de la tragedia por un grupo de hombres o mujeres (viejos o jóvenes) que suelen ser amigos o compañeros del/la protagonista de la obra, a quien normalmente aconseja para que ceda un su comportamiento o deponga su obstinación; otras veces le reconforta, consuela, alienta o incluso amonesta. Sin embargo, en las comedias el coro estaba integrado por veinticuatro miembros, mucho más vistoso, y al hacer su entrada de forma precipitada y casi a trompicones darían una cierta impresión de caos o desorden Por su espectacularidad debió llamar atención el coro de las Aves, ya que en este caso, a diferencia de las demás piezas de Aristófanes, cada integrante del coro en un pájaro o ave de distinta clase.
Véase un ejemplo de la composición del Coro en las tragedias conservadas de Sófocles:
- Ayante: el Coro está integrado por un grupo de marineros de Salamina, compañeros del protagonista.
- Las Traquinas: forman el Coro unas muchachas jóvenes de la ciudad de Traquis, aldea donde se desarrolla la acción y que da nombre a la pieza. Son amigas de Deyanira, esposa de Heracles.
- Antígona: singularmente, en este caso el Coro está integrado por un grupo de ancianos ciudadanos de Tebas (en contraposición a Antígona, mujer y joven).
- Edipo Rey: grupo de ancianos tebanos que por su sensatez aconsejan en vano a Edipo.
- Electra: forma el coro un grupo de mujeres de la ciudad de Mecenas, donde se desarrolla la acción. Sus simpatías por Electra y su joven hermano Orestes son manifiestas.
- Filoctetes: en este caso el Coro está integrado por un grupo de hombres que acompañan al joven Neoptólemo en su viaje para encontrar a Filoctetes.
- Edipo en Colono: curiosamente aquí forman el Coro un conjunto de hombres del demo de Colono que han tenido noticias de que Edipo ha regresado de su destierro.


La puesta en escena del Coro
El Coro, además de cantar, bailaba. Estos movimientos de danza eran de distinto tipo según si era tragedia o comedia. La principal forme danza trágica es la conocida como emméleia, que es un baile sosegado y algo grave, aunque cuando el tono se hacía más animado y el ritmo se avivaba el grupo coral bailaba el hiporquema, danza de movimientos más bruscos y excitados.
La puesta en escena de una obra de teatro incluye el empleo de elementos diversos: un texto poético (sea recitado por atores o cantado por el coro), una serie de gestos y movimientos como parte esencial de la escenificación mimética, u el acompañamiento de una música y una determinada coreografía. Lamentablemente, de todos estos elementos sólo se ha conservado el texto escrito deas distintas obras y muy escasas indicaciones. Cabe aclarar que el texto de una obra dramática puede ser recitado en forma de diálogo entre los distintos personajes, con o sin acompañamiento de instrumento musical, o puede pertenecer a las partes líricas que son cantadas por el Coro. Normalmente, las partes recitadas que se suelen llamar diálogos, corresponden a los actores y el tipo de verso utilizado es el trímetro yámbico. Paralelamente a los trímetros del diálogo se encuentra un tipo de recitado que se acompaña con la música de la flauta y en los que se utilizan los dímetros anapésticos. En cambio, cuando el coro anta y baila las llamadas partes líricas suele hacerlo empleando una diversidad de metros y ritmos muy rica, lo que contribuye a darle un aire de solemnidad y majestuosidad notables.
En el drama se daban tres modalidades de realización de un poema: el recitado, el canto y la paracatalogé o recitado acompañado con música de flauta, a esta modalidad corresponden las entradas y salidas del coro. Los cantos corales o partes líricas corren a cargo del Coro y es aquí donde el poeta utiliza gran variedad de ritmos en las diversas intervenciones corales que son: párodo, stásimos, amebeos, monodias y éxodo. Predomina el esquema formado por: estrofa (grupo de versos que conforman una unidad) más antiestrofa (contracato simérico a la estrofa) más epodo (o estribillo). Para poder comprender la función del Coro con mayor claridad cabe recordar las partes en las que se estructura la tragedia y la comedia.
En la tragedia se encuentra: el Prólogo (primera secuencia, anticipa la historia), el Párodo (entrada del Coro, en este primer canto se hacia alusión a circunstancias previas a acción dramática), los Episodios (partes dialogadas en as que actuaban los actores y que estaban intercaladas con cantos corales) y el Exodo (o escena final donde el Coro abandonaba su área de interpretación). En la comedia existía la parte llamada Agón donde se producía un enfrentamiento de palabra y acción entre el coro y el protagonista.

Funciones del Coro
El Coro constituía una especie de eslabón con los espectadores, que los hacía participar en el drama más íntimamente. Era un instrumento para la expresión de una emoción total y definitiva sobre acontecimientos grandiosos o terribles. Transportaba el sentimiento del actor a un medio de expresión distinto. Llevaba al auditorio emociones que a veces los personajes de una obra no podían sentir totalmente o que no podían ser expresadas con las palabras comunes. Convertía el sufrimiento crudo en poesía. El Coro lograba “recubrir el conjunto con un esplendor lírico”. Los espectadores estaban interesados, primero, en el individuo y en sus sentimientos personales; después, en el coro y en su sublimada emoción. El Coro unía al auditorio con el drama y además separaba una escena de otra, pero sus funciones iban más allá, e aquí un esquema:
- Funciones imprecativas: plegarias, invocaciones, oraciones en las que se pide, e ocasiones, la aparición de héroes muertos, la llegada de un dios; acción de gracias, cantos de victoria…
- Participación en a ceremonia, con intervenciones de carácter ritual: procesiones, ofrendas…
- Funciones narrativas al servicio de la acción. El Coro puede preparar la acción exponiendo la situación en que ésta va a ocurrir, o puede predecirla, anticiparse a ella, o presagiarla como si tuviera poderes visionarios (muerte de Clitemnestra en Électra; muerte de los niños en Medea…); o puede exponer su temor ante una de las posibilidades de la acción, llegando incluso a prevenir a los personajes del riesgo a que se ven expuestos.
- Elementos de unificación, de enlace, entre los distintos episodios trágicos, que se cerrarán con el éxodo o salida.
- Aparece la figura del comentador de la acción en sus resultados y consecuencias.
- Crear un mediador entre la acción trágica y la percepción de la misma por parte de los espectadores, llegando incluso a convertirse en una especie de conciencia colectiva del público.
- Preguntar a los dioses, a los héroes, a sí mismos y al público invitando a la meditación tanto lírica como intelectual.
En ocasiones el Coro cumple el papel de “espectador ideal” de la tragedia, en tanto que inmerso de lleno en ella, al propio tiempo se muestra voluntariamente alejado de la acción que en ella trascurre; a veces conoce la trama de la obra mejor que el protagonista e incluso mejor que el propio espectador; en otras ocasiones, el Coro asemeja su intervención a la de un actor más y da su pequeño empujoncito para que la acción continúe y no se interrumpa; en cambio, otros estudiosos han visto en el Coro el portavoz de las ideas del propio autor. También se han sugerido otras funciones alternativas; ya Aristóteles interpretaba que el Coro cumplía la función de un actor más que quedaba por tanto plenamente integrado en la acción dramática. Tomándolo como espectador ideal, los miembros del coro actuarían como una especie de intermediario entre el público y los actores; también se ha pensado que era algo así como el reducto del pensamiento y la experiencia comunitaria de todos os espectadores que puede actuar en ocasiones como conciencia moral de lo que se representa en el escenario.
La significación histórica y social del Coro -a menudo ignorada en las reelaboraciones de la tragedia griega- es una clave para comprender la función del teatro en la antigua Atenas. El Coro que es históricamente el elemento más antiguo de la tragedia representada, voz conservadora de la comunidad por medio de la cual las acciones individuales de los personajes eran juzgados. El Coro hacia su aparición en el espectáculo antes de que comenzara la acción anunciada, emitía sus comentarios, aprobando o desaprobando y advertía a los espectadores entre uno y otro episodio, fijando de este modo la acción de la obra, en lo que constituía decididamente un contexto social.
En este último punto cabria detenerse puesto que si se considera el Coro como conciencia social adquiere un nivel filosófico más interesante. Tomándolo como “espectador ideal”, los miembros del Coro actuarían como una especie de intermediario entre el público y los actores; también se ha pensado que era algo así como el reducto del pensamiento y la experiencia comunitaria de todos los espectadores que puede actuar en ocasiones como conciencia moral de lo que se representa en el escenario. Se considera por tanto responsables de la caída de la tragedia griega a aquellos que fueron suprimiendo la función moral del Coro para darle más relevancia a la historia que se contaba desde un punto de vista más sensacionalistas, hablamos por tanto de los últimos dramaturgos de la época.

Los géneros dramáticos


Los géneros dramáticos

Podemos entender que con la palabra “mito” se designan una serie de antiguos relatos referidos a ilustres personajes, héroes e incluso dioses, de los que se narran hazañas espectaculares, u en los que el imaginario colectivo posterior de un pueblo ha creado un conjunto de símbolos culturales. La literatura griega está desde sus más remotos orígenes homéricos plagada de personajes y sagas míticas locales; el ciclo troyano, de Argos o de Mecenas (en torno al cual se agrupan los principales héroes y familias que participaron en la expedición de la Guerra de Troya: Agamenón, Menéalo, Electra, Orestes); el ciclo tebano (en el que aparecen las figuras de Edipo, Antígona, Eteocles y Polinices, el dios Dionisio y el héroe local Heracles), etc. El drama, y de modo especial la tragedia ateniense, va a tener como motivo principal de sus obras algunos de estos grandes personajes del mito y a partir de ellos va a desarrollar sus argumentos.

No obstante, se observa una progresiva evolución del tratamiento que los autores darán a estos mitos. Esquilo se muestra respetuoso y crédulo ante el mito y la religiosidad tradicional, mientras que no muchos años más tarde Eurípides asumirá una crítica revisionista de los personajes míticos y de las antiguas creencias religiosas. Con ello, este último no hacía sino seguir probablemente los pasos de filósofos y pensadores como Jerófanes o Parménides, quienes defendían la idea de que los dioses de Homero no eran sino una pura ficción. Tampoco existe una única versión de un mito, sino que fueron reelaborados una y otra vez a lo largo de los siglos por autores distintos. Aún cabría recordar que el mito es un producto de una sociedad esencialmente oral, un conjunto de relatos que pueden transmitirse en un formato múltiple: como canto, como recitado poético, como representación plástica e iconográfica El hecho de que los griegos no hayan tenido ningún libro sagrado sobre la verdad de los dioses equivalentes por ejemplo a lo que son la Biblia, la Torá o el Corán para otras culturas, confería al mito una casi completa versatilidad y la posibilidad de ser una y otra vez revisado.

El repertorio mítico entronca por otra parte con los rituales religiosos a los que también desde antiguo estuvo vinculado el teatro como parte de una serie de celebraciones o fiestas religiosas insertas en la tradición de antiguos rituales. Para los antiguos griegos, la base de la religión se encuentra más en el ritual que en un conjunto de creencias. De otro lado, entre ritual y teatro antiguo existen una serie de enlaces muy sugestivos que interactúan en uno y otro sentido, del ritual al teatro y del teatro al ritual, el ritual de súplica, los rituales funerario, la purificación o catársis y la “oración” están presentes en las dramaturgias.

La tragedia

La tragedia es seguramente la más brillante de las invenciones griegas y la que mayor esplendor alcanzó, contemporánea e históricamente. La tragedia griega clásica supone el inicio de un género que aún hoy en día pervive y que sigue tomando como ejemplos indiscutibles de maestría aquellas obras que en la Grecia Clásica se escribieran mucho antes del nacimiento de Cristo. La tragedia griega fue y sigue siendo el canon de perfección temática y formal del género dramático. Aristóteles a definió como imitación (mimesis) de una acción (praxis) de carácter elevado y completo, con una cierta extensión, en un leguaje agradable, llena de belleza de una especie particular según sus diversas partes. Imitación que ha sido hecha o lo es por personajes en acción y no a través de una narración, la cual, moviendo compasión y temor, provoca en el espectador la purificación (catharsis) propia de estos estados emotivos.

Se nos mostrará al héroe en su momento más humano, más visceral, hasta el punto de que, a pesar de ser héroes de la mitología y de las leyendas helénicas, siguen siendo hoy arquetipos ejemplares de las pasiones humanas más profundas y antropológicas. A ello y a su maestría, equilibro y perfección indiscutibles, tal vez se deba el hecho de que las tragedias griegas han sido las obras teatrales más veces adaptadas, representadas o versionadas. Baste el número de Antígonas, Electras o Edipos que desde su primera representación en la época antigua hasta hoy han sido representadas, La tragedia griega, supone pues, el momento cumbre de la lucha entre el hombre - héroe y el destino, el hado funesto ante el cual nada es posible y sólo queda la estoica resignación, he aquí el héroe dramático griego. En cualquier caso, si escapar al destino es posible, sólo puede hacerse mediante el artificio dramático del deus ex machina, esto es, un dios aparece en la obra para salvar al héroe.

Lamentablemente, de todas las obras que debieron escribirse y representarse, una mínima parte ha llegado hasta nosotros, poco sabemos de los primeros dramaturgos como Quérilo, Frínico o Prátinas de Fliunte, tampoco sabemos mucho de los competidores de los tres grandes (Esquilo, Sófocles y Eurípides), apenas fragmentos de algunas de sus obras. De hecho, de los mismos tres grandes trágicos, sólo unas cuantas de sus obras nos han llegado pues debieron escribir muchas más ya que algunas referencias hablan de que entre los tres, debieron escribir cerca de trescientas tragedias. La suerte histórica quiso que muchas de las tragedias representadas en los concursos dramáticos desaparecieran, quedando muchas veces sólo la obra ganadora. Muchos de los manuscritos se conservaron en la Biblioteca de Alejandría, pero el incendio primero de la Gran Biblioteca en época de César y el último provocado por las turbas de cristianos enfurecidos, acabáron con la mayor parte de los manuscritos que tanto valor literario e histórico poseían. Así, la funesta suerte que corrió la biblioteca de Alejandría - incendios, asaltos, etc. hasta su completa desaparición - contribuyó sin duda a que obras únicas acabaran en las fauces de los fuegos o de las turbas populares cristianas.

En cuanto al tema de la tragedia, como ya se ha dicho antes, procedía de los cantos homéricos (Ilíada y Odisea), de los ciclos de Tebas y de Micenas - Argos de los cuales debieron existir cantos épicos hoy perdidos. Sea cual fuere el caso, el hecho es que cuando el pueblo griego iba al teatro, ya conocía la historia, por ejemplo: cuando el público griego acudió a ver el Edipo de Sófocles, ya sabía perfectamente quién era Edipo y cuál era su fin y cuál había sido su antecedente. La labor del dramaturgo era la de enriquecer o variar el tema, labor que era discutida o loada por el público, esto explica la existencia de los mismos temas en diversos autores: cada uno daba su versión particular de los hechos legendarios.

La estructura de la tragedia como la del drama satírico se dividía en dos partes fundamentales, la dialogada y la cantada. La primera tenía un Prólogo por donde comenzaba la pieza y que respondería a lo que se conoce como primer acto. Para finalizar estaba el Éxodo o acto final. Las partes líricas o cantadas eran: el Parodos, canto del coro a su entrada en la orquesta y que seguía al prólogo. Los Stasimon, cantos ejecutados por el coro entre los diversos episodios. En definitiva, obras de cinco actos con interpolaciones del coro. La métrica usada en el diálogo es el trímetro yámbico y excepcionalmente, el tetrámero trocaico. Toda obra trágica de teatro helénico se configura a las denominada "normas clásicas" por haber sido utilizadas, precisamente, en la Grecia Clásica. Estas normas clásicas son: unidad de tiempo, unidad de acción, unidad de espacio. Esto viene a significar que una obra no debe sobrepasar un día (en los hechos que narra); no debe tener acciones secundarias, sino una sola y principal; y un sólo espacio, es decir, el escenario sólo puede representar un espacio físico concreto (un palacio, o un jardín...) pero nunca varios (no se permite convertir el escenario, por ejemplo, de los exteriores de un palacio, a los interiores).

El drama satírico

Muy poco se sabe de este género del que sólo conocemos dos obras completas, y algunos fragmentos. Supone la cuarta fase del concurso en el que cada autor presentaba tres tragedias (trilogía) y un drama satírico completando una trilogía. Así, el drama satírico debía ir unido a las tragedias en su temática y suponía una descarga de tensión tras el gran dramatismo de las tragedias puesto que el drama satírico es una "burla", una "sátira" sobre temas mitológicos. En el drama satírico el coro está formado por sátiros y posee numerosas notas humorísticas. No por esto se trata de una comedia, ni mucho menos: "Los sabuesos" de Sófocles o "El cíclope" de Eurípides tratan temas mitológicos que poco tienen que ver con la comedia de la época, que trataba temas "de la calle" y actuales que nada tenían que ver con la mitología o la leyenda

La comedia antigua

El término Comedia provendría del griego "comos" que no es ni más ni menos que aquellas injurias y dichos que el pueblo griego lanzaría en las fiestas dionisíacas como elemento satírico y humorístico. La comedia es, ante todo y sobre todo, una crítica endulzada con el humor que gustosamente tomaba el público griego poco después de haber visto representarse las tragedias en los concursos.

A la gravedad y solemnidad de la tragedia, se opone el tono burlón, cómico y satírico de la comedia. Tampoco es algo que haya de extrañarnos pues, ya en versos yámbicos este tono era usual. También encontramos los dramas satíricos, con los que los trágicos remataban las dos tragedias que representaban en los concursos de teatro. Estos dramas satíricos trataban de temas mitológicos sobre los que el autor trágico añadía ciertas notas humorísticas, sea como fuera, aún versos yámbicos y dramas satíricos restan bastante de lo que es la comedia.

La comedia, que cuenta con una alternancia entre coro y personajes, parecida a la de la tragedia, se diferencia, principalmente de ésta en dos puntos el agón y la parábasis.
El agón o combate
es el primer episodio de la comedia en el que hay una lucha en la cual, el vencedor, es el personaje que representa las ideas del comediógrafo. Parábasis: durante un momento de la representación cuando la escena ha quedado vacía y los actores han salido, el coro se quita sus máscaras y mantos y avanza hacia el público. Esta parábasis tiene siete partes, commation: un canto muy breve; anapestos: discursos al público lanzados por el corifeo (dirigente del coro); pnigos: es un parlamento largo sin interrupción y Cuatro trozos de estructura estrófica. La comedia no exigía de las unidades de tiempo y de lugar, pero lo cierto es que los comediógrafos tienden a ellas.


En la tragedia, el espectador sabía qué es lo que iba a ver, conocía el tema, sin embargo, en la comedia, el argumento se ignora totalmente: se encuentra el espectador ante una trama desconocida y unos personajes también desconocidos. El comediógrafo tiene que llevar a cabo una gran labor creadora y debe ser original. Todo es materia para la temática de la comedia, pero sobre todo, temas cotidianos, de la misma calle y del mismo tiempo en que los espectadores vivían, así vemos que,
Aristófanes llevará a escena la política de la época, las innovaciones de la Atenas que le es contemporánea, la filosofía, las nuevas ideas sobre la educación de la juventud (sofistas), coge a los mismos personajes que pasean por el ágora y los caricaturiza y satiriza. ¡El mismo Sócrates aparecerá ridiculizado por Aristófanes! La vida cotidiana es un espectáculo cómico, es el hecho de reírse "de uno mismo".Con todo esto, la tragedia no es un retrato "realista", ni mucho menos, los temas y los personajes son reales (o al menos tomados de la realidad) pero la trama resulta a veces inverosímil y disparatada, casi rozando lo absurdo. Es una explosiva mezcla de realidad y la fantasía más disparatada. Para Aristófanes, la risa es un fin, así que todo tiene cabida en su teatro. La comedia es un desahogo de alegría, de hecho, filósofos de épocas anteriores habían definido al hombre como el único ser capaz de reír.

La comedia Nueva

Después de Aristófanes, la comedia griega experimenta un cambio que trastornará lo que hasta entonces se entendía como tal, como comedia. Algunos autores defienden una periodización de la comedia clásica griega en Comedia Antigua, Comedia Media y Comedia Nueva. No obstante, faltan documentos para poder acreditar esta división. Sea como fuere, el caso es que se ha considerado a Menandro como el máximo representante de la denominada Comedia Nueva. Muchas causas explicarían esta evolución de la comedia: desde que la risa dejaba de ser rentable tras la guerra de con Esparta, hasta que los filósofos habían instaurado una vida más "refinada" en la que la grosería de la comedia ya no tenía cabida. La Comedia Nueva será más reflexiva y menos disparatada, más proporcionada como obra de arte.
En cuanto a los personajes, a los casi "reales de
Aristófanes" se oponen los tipos de
Menandro que toma de la realidad genérica, por ejemplo: habrá un tipo que será la ramera interesada, mientras que Aristófanes cogería a una ramera en concreto de la realidad misma. Así, tipos son: el soldado fanfarrón, el viejo avaro, el joven con demasiados amoríos y deudas, el esclavo ingenioso, la doncella desventurada, etc. La Comedia Nueva no tolera la presencia de divinidades y sus temas son muy tópicos: el joven que quiere casarse en oposición a los deseos de su padre, el viejo y sus "salidas" de las cuales trata que no se entere su esposa, etc.



Los actores, las mascara y la indumentaria.


Los actores

Los actores, eran los encargados de encarnar los personajes mitológicos o históricos del teatro griego. La acción había ganado terreno a la narración y a los recitados. Entre los griegos, un mismo actor podía representar a varios personajes en la misma obra. Tespis sería el que inventó al primer actor y más tarde cada uno de los grandes trágicos aumentó su número: con Esquilo aparece el segundo actor (deuteragonista); con Sófocles el tercero (titragonista); Eurípides continúa con tres actores se introduce uno más que no habla. El número de atores aumenta y por lo tanto el número de personajes presente al mismo tiempo en escena. Con ello es deducible que, al aumentar los participantes en la acción y en el diálogo que la conduce, decrezca la parte recitada o cantada que se encomienda al Coro. Es más, al perder importancia el Coro, los autores fueron reduciendo el número de participantes en él. Sin embargo, las consecuencias del incremento en el número de actores son mucho más importantes que las ya dichas. Cuantos más actores, lo cierto es que se va perdiendo la especial relación que en sus inicios tenía el teatro entre actor y personajes, el fuerte carácter mimético. La acción se hace más realista, sí, pero se pierde el sentido ritual y religioso del teatro griego.

Según el género, para las tragedias se requerían tres actores y para las comedias cuatro. La distribución de los personajes entre los actores se realizaba de acuerdo al rango profesional. Al protagonista, jefe de la compañía, le correspondían los personajes más importantes (Edipo, Antífona…). El deuteragonisa recibía los de segundo plano (Ismena, Hécuba…). En cuanto al tritagonista se le daban los más ingratos.

La máscara.

La profesión de actor fue ganado cada vez más prestigio, incluso gozaron de ciertos de derechos de inmunidad y algunos de ellos ejercieron el papel de embajadores y mensajeros encargados de delicadas cuestiones políticas y diplomáticas. Dado que un solo actor debía encarnar varios personajes se hacía indispensable el uso de la máscara, de la que se hablará a continuación, y el cambio de vestimenta, también la voz tenía que adaptarse a la de cada personaje, tanto masculino como femenino. El empleo de máscara aparece en las fases más primitivas, diríamos preteatrales.

La máscara esconde un poder de simulación, de transformación de la realidad, y va unida permanentemente al ámbito de lo religioso o mágico. En el mundo griego el uso de la máscara va asociado al culto del dios Dioniso. Algunas fuentes indican que pudo ser Tespis quien introdujo el maquillaje y quizá algún tipo de máscara rudimentaria que marcaba los rasgos y caracteres del personaje. En todo caso, parece que se le atribuye a Esquilo la invención de la máscara policromada, lo que sin duda debía de conferir al actor de sus tragedias un aspecto más impresionante y quizá terrorífico. Sófocles talló rostros de madera en las máscaras y las pintó. Tanto los actores como el Coro las empleaban. Entre las funciones de la máscara se encuentra la de aumentara resonancia de la voz del actor, y en todo caso genera una impresión de ausencia y distanciamiento a quien la lleva. En aquellos tiempos la máscara era muy útil, sin máscaras de distinto diseño, le hubiera resultado difícil a un actor representar dos papeles, además los rasgos eran muy espectaculares y se hacían visibles a largas distancias. La máscara indicaba la edad, el estado de ánimo y hasta el rango de un personaje.

La indumentaria

Por lo general, los trajes usados por los actores griegos eran túnicas, cortas o medias (quitón o clámide) y mantos. El chitón, o vestidura larga que va del cuello a los tobillos, presentaba un grave aspecto que ayudaba actor a sentir y transmitir la solemnidad de los personajes heroicos. Jugaban con los colores a la hora de simbolizar, así, los reyes iban de púrpura, los personajes de luto con colores oscuros... Por lo general, las ropas oscuras para los personajes tristes, las alegres para los importantes y los colores normales para la gente del pueblo. Usaban unas almohadillas para abultarse, de modo que se guardara las proporciones con las máscaras y los coturnos. Éstos servían para dar altura al actor. De esta manera conseguían que los personajes nobles sobresalieran sobre el coro y por otra parte, servía para dar proporción al actor con las grandes dimensiones de la máscara. Así el actor era enorme, casi gigante, con lo que el público podía verle sin problemas. Por otra parte, estas grandes dimensiones conseguían un efecto aún mayor y psicológico en el público, acrecentaba su sobrecogimiento o catarsis junto con el personaje. Generalmente sólo se usaban en la tragedia. Se diferenciaba a los actores del coro además de por su ubicación en el teatro, por la indumentaria. Usaban, además, otros elementos como la corona en el caso de los reyes, símbolo de su poder. Por lo general, se puede decir que los trajes de los actores no discernían demasiado de la moda ateniense de la época.

Esquilo


Esquilo

Nacido en el 525 a.C. en Eleusis, cerca de Atenas, tres años después de la caída de Pisístrato y en plenas luchas democratizadoras de su ciudad y, cuando apenas han vencido a la tiranía, tienen que hacer frente al peligro Persa. Particípó en la famosa Batalla de Maratón del 490 a. C. frenando la tiranía de los orientales como la posibilidad de instalarse en el Hélade.

Tomó contacto con el teatro desde muy joven, parece ser que primero como actor y posteriormente como escritor. La tradición antigua habla de que compuso unas 90 tragedias, de las que sólo se han conservado siete completas. Los Persas (470 a.C.), Los Siete contra Tebas (467 a.C.), Las Suplicantes (463 a.C.); una trilogía bajo el nombre de Orestes (458 aC.) que comprende el Agamenón, Las Coéforas y Las Eumérides, y una tragedia cuya autenticidad ha sido puesta en duda, Prometeo encadenado, de fecha incierta.

Se dice que introdujo la máscara y el coturno, que incorporó al segundo actor, que redujo el número de participantes del Coro dándole una nueva dimensión aunque sin restarle importancia, permitiendo una mayor soltura de diálogos y de acciones. Recoge el mito y lo adopta a una forma moderna y hace del ananke (fuerza del destino) algo consustancial a la tragedia griega. De su obra y biografía, se puede inferir que su carácter fue claramente religioso, nacionalista, creyente en los principios del derecho y con un espíritu lírico. Se atuvo a las viejas ideas de un mundo en el que la ley del Olimpo castigaba el crimen y protegía al Estado. Sus argumentos eran sencillos con efectos catastróficos. Estéticamente es rico, barroco, poético, majestuoso.

Sófocles


Sófocles

Nació en el 496/7 a.C. en el feudo de Colona. Ganó cerca de 20 primeros premios y escribió unas 120 obras. Su primera victoria, arrebatándosela a Esquilo, fue en el 468 a.C. con Tritolemo, ahora desparecida. Sólo quedan 7 de sus obras: Ayax, Antígona, Edipo rey, Electra, Filoctetes, as Traquinas y Edipo en Colono.

Sus innovaciones, aparte del tercer actor, que Esquilo imitará en algunas de sus tragedias, son la reducción de la parte coral en beneficio de un mayor diálogo y de los rasgos psicológicos de los personajes. Liberó la trilogía del argumento unitario, lo que le llevó a concentrar más la acción y el perfil de los caracteres. Aumentó los recursos de las máquinas, y el coro lo elevó de doce a quince. El estilo y el lenguaje és más sencillo, menos ampuloso, menos lírico.

Sófocles se diferencia de su predecesor por la naturaleza de sus concepciones religiosas. Al igual que Esquilo, reconoce el poder soberano del destino, pero además consigue afirmar que las vicisitudes humanas no son preestablecidas e impuestas por un designio misterioso, aunque justo en sus fines, sino que son, de vez en cuando, determinadas por las inclinaciones, por las pasiones y por los sentimientos de los individuos. Con esta nueva forma de entender y explicar las relaciones entre los hombres y la divinidad, se demuestra la sustancial importancia de Sófocles, el poeta ya no puede recurrir a causas externas para justificar las razones de esta o aquella acción, más bien se ve obligado a buscar esas razones en la íntima naturaleza de los personajes que así se transforman en los principales motores.

Con Sófocles los personajes son los responsables de su propio destino. La justicia de los dioses existe pero escapa a veces a la razón del ser humano. La culpa no está en el acto sino en la intencionalidad. Esto lleva a penetrar en el fondo de las almas. Así ilustra las luchas íntimas, las contradicciones de cada uno, dando lugar a figuras menos hieráticas. Es por tanto un hombre con una profunda capacidad de observación de la humanidad, s sentido del entrelazamiento del hado y del carácter, su profunda comprensión del sufrimiento de la vida y su concepto de la nobleza de espíritu que llega cuando el alma humana ha sido probada y experimentada por el dolor, nos recuerda a Shakespeare y está mucho más próximo a nosotros. Su obra, como la de Esquilo, es además una reflexión sobre los comportamientos del poder en su épica, sobre la organización política que no sabe desprenderse de los lazos de la guerra, de las ya incontables guerra que Atenas emprende o sufre en su tempo y de las extrañas leyes que la rigen.

Eurípides


Eurípides

Su fecha de nacimiento se sitúa en torno al 485 a.C. En sus estudios quedan patentes los ideales formativos helénicos, la búsqueda de una enseñanza global, el hombre completo, estudiando retórica, filosofía, pintura y pugilismo. De más de 65 obras (se habla de cerca de 90), sólo obtuvo cuatro primeros premios, y nos han llegado 17 tragedias y un drama satírico: Alcestes, Medea, Hipólito, Ion, Hécuba, Los Heraclidas, Heracles, Andrómana, Las Suplicantes, Las Troyanas, Ifigenia en Tauride, Electra, Helena, Las Fenicias, Orestes, Ifigenia en Aulide, Las Bacantes y el drama satírico El Cíclope.

La labor pionera de Eurípides fue el carácter de los personajes. Hombre profundamente moderno en su tiempo podría ser llamado el primer realista y el primer feminista. Dejó de lado los temas amplios de la moralidad y la religión para explorar lo que podríamos llamar psicología patológica. Sondeó la vida interior del individuo y transformó la tragedia de un conflicto entre el hombre y las leyes divinas en un conflicto del alma misma del hombre entre los impulsos del bien y del mal. Aunque se ocupó de personajes mitológicos, los presentó en forma realista, tratando al hombre como responsable de todos los infortunios.

Testigo de la decadencia, de la crisis moral, política y religiosa, Eurípides es impulsado a escribir de manera más racionalista y humana. Genio escéptico, no dejó de seguir de cerca con curiosidad las cuestiones políticas y sociales, pero como espectador, nunca apasionadamente. Vilipendiado por su época y admirado profundamente desde su muerte, su espíritu observador sentó una manera de escribir. Pensó siempre en el público y esto determinó ciertas actitudes literarias: multiplicación de personajes, ruptura de la unidad de acción, aparición de efectos espectaculares, trucos artificiosas, equívocos y tretas…La decadencia le llevó a desmitificar el mito, a bajar a los dioses de su pedestal para acercarlos a lo humano y a usar el escenario como tribuna de ideas.

La Poética de Aristóteles.


'Arte Poética' de Aristóteles, traducción de José Goya y Muniain, 1798.

Indice

Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
El arte poética Capítulo I

1. Trataremos de la Poética y de sus especies, según es cada una; y del modo de ordenar las fábulas, para que la poesía salga perfecta; y asimismo del número y calidad de sus partes, como también de las demás cosas concernientes a este arte; empezando por el orden natural, primero de las primeras. En general, la épica y la tragedia, igualmente que la comedia y la ditirámbica, y por la mayor parte la música de instrumentos, todas vienen a ser imitaciones. Mas difieren entre sí en tres cosas: en cuanto imitan o por medios diversos, o diversas cosas, o diversamente, y no de la misma manera. Porque así como varios imitan muchas cosas copiándolas con colores y figuras, unos por arte, otros por uso y otros por genio; así ni más ni menos en las dichas artes, todas hacen su imitación con número, dicción y armonía, pero de estos instrumentos usan con variedad; v. g., de armonía y número solamente la música fláutica y citarística, y otras semejantes, cual es la de las zampoñas. Con sólo el número sin armonía es la imitación de los bailarines; que también éstos con compases figurados remedan las costumbres, las pasiones y los hechos. Al contrario, la épica hace su imitación sólo con las palabras sueltas o ligadas a los metros, usando de éstos o entreverados, o de un género determinado de versos; estilo que mantiene hasta el día de hoy, pues nada podríamos señalar en que convenga con los mimos de Sofrón y de Xenarco, ni los discursos de Sócrates; ni es del caso el que uno haga la imitación en trímetros, o en elegía, o en otros versos de esta clase. Verdad es que los hombres vulgarmente, acomodando el nombre de poetas al metro, a unos llama elegiacos, a otros épicos; nombrando los poetas, no por la imitación, sino por la razón común del metro; tanto que suelen dar este apellido aun a los que escriben algo de medicina o de música en verso. Mas, en realidad, Homero no tiene que ver con Empédocles, sino en el metro. Por lo cual aquél merece el nombre de poeta, y éste el de físico más que de poeta. Asimismo, aunque uno haga la imitación mezclando todos los metros al modo del Hipocentauro de Kerémon, que es un fárrago mal tejido de todo linaje de versos, no precisamente por eso se ha de calificar de poeta. Acerca, pues, de estas cosas, quede sentado lo dicho. Hay también algunas imitaciones que usan de todos los instrumentos referidos; es a saber, de número, armonía y verso; como la ditirámbica y gnómica, y también la tragedia y comedia; pero se diferencian en que las primeras los emplean todos a la par; las segundas por partes. Éstas digo ser las diferencias de las artes en orden a los medios con que hacen la imitación.

2. Además de esto, porque los imitadores imitan a sujetos que obran, y éstos por fuerza han de ser o malos o buenos, pues a solos éstos acompañan las costumbres (siendo así que cada cual se distingue en las costumbres por la virtud y por el vicio), es, sin duda, necesario imitar, o a los mejores que los nuestros, o a los peores, o tales cuales, a manera de los pintores. Así es que Polignoto pintaba los más galanes, Pauson los más feos, y Dionisio los semejantes. De donde es claro que cada una de las dichas imitaciones ha de tener estas diferencias, y ser diversa por imitar diversas cosas en esta forma. Porque también en la danza, y en el tañido de la flauta y de la cítara se hallan estas variedades; como en los discursos, y en la rima pura y neta; por ejemplo: Homero describe los mejores, Cleofonte los semejantes, y Eguemón el Tasio, compositor de las Parodias, y Nicocaris, autor de la Deliada, los peores. Eso mismo hacerse puede en los ditirambos y en los gnomos, según lo hicieron en sus composiciones de los persas y de los cíclopes Timoteo y Filoxeno. Tal es también la diferencia que hay de la tragedia a la comedia; por cuanto ésta procura imitar los peores, y aquélla hombres mejores que los de nuestro tiempo.

3. Resta aún la tercera diferencia, que es cómo se ha de imitar cada una de estas cosas; porque con unos mismos medios se pueden imitar unas mismas cosas de diverso modo; ya introduciendo quien cuente o se transforme en otra cosa, según que Homero lo hace; ya hablando el mismo poeta sin mudar de persona; ya fingiendo a los representantes, como que todos andan ocupados en sus haciendas. En suma, la imitación consiste en estas tres diferencias, como dijimos, a saber: con qué medios, qué cosas y cómo. Por manera que, según una, Sófocles será un mismo imitador con Homero, en cuanto ambos imitan a los hombres de calidad, y según otra con Aristófanes, porque entrambos los representan practicando; de donde dicen que viene el nombre de actos, porque representan a los actores. Que aun por eso los dorienses se apropian la tragedia y la comedia. De la comedia se aprecian los megarenses, así los de acá, alegando haber dado ocasión a ella el tiempo de su behetría; como también los de Sicilia, porque de ella fue natural el poeta cómico Epicarmo, mucho más antiguo que Conidas y Magnete. De la tragedia se dan por inventores algunos del Peloponeso, fundados en la significación de los nombres. A la verdad, éstos dicen que a las aldeas llaman comarca, como los atenienses pueblos. Así que los comediantes no tomaron el nombre de hacer comilonas, sino de la dispersión por la comarca, siendo desechados de la ciudad. A más, que al obrar llaman ellos hacer, y los atenienses practicar. En fin, de las diferencias de la imitación y de cuántas y cuáles sean, baste lo dicho.

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El arte poética Capítulo II

1. Parece cierto que dos causas, y ambas naturales, han generalmente concurrido a formar la poesía. Porque lo primero, el imitar es connatural al hombre desde niño, y en esto se diferencia de los demás animales, que es inclinadísimo a la imitación, y por ella adquiere las primeras noticias. Lo segundo, todos se complacen con las imitaciones, de lo cual es indicio lo que pasa en los retratos; porque aquellas cosas mismas que miramos en su ser con horror, en sus imágenes al propio las contemplamos con placer, como las figuras de fieras ferocísimas y los cadáveres. El motivo de esto es que el aprender es cosa muy deleitable, no sólo a los filósofos, sino también a los demás, dado que éstos por breve tiempo lo disfrutan. Ello es que por eso se deleitan en mirar los retratos, porque considerándolos, vienen a caer en cuenta y argumentar qué cosa es cada uno, como quien dice: Éste es aquél; que quien no hubiese visto antes el original, no percibiera el deleite por razón de la semejanza, sino por el primor de la obra, o del colorido, o por algún otro accidente de esta especie. Siéndonos, pues, tan connatural la imitación como el canto y la rima (que claro está ser los versos parte de las rimas), desde el principio los más ingeniosos y de mejor talento para estas cosas, adelantando en ellas poco a poco, vinieron a formar la poesía de canciones hechas de repente.

2. Después la poesía fue dividida conforme al genio de los poetas, porque los más graves dieron en imitar las acciones nobles y las aventuras de sus semejantes, y los más vulgares las de los ruines; primeramente haciendo apodos, como los otros himnos y encomios. Verdad es que antes de Homero no podemos citar poema de ninguno a este tono, siendo verosímil que hubiese muchos; mas empezando de Homero, bien podemos, cual es su Margites y otros tales; donde vino como nacido el verso yámbico, que aún por eso se llama yámbico ahora el verso burlesco; porque en este metro se zumbaban a coros, y así, entre los antiguos, salieron rimadores, quién de versos heroicos y quién de yambos. Mas como en asuntos graves Homero fue grandísimo poeta (antes el único, no sólo por tratarlos bien, sino porque hace los retratos al vivo), igualmente ha sido el primero en dar una muestra de las gracias de la comedia, usando en la representación no de apodo, sino del gracejo; como sea que el Margites tiene mucha analogía con las comedias, al paso que la Ilíada y la Odisea la tienen con las tragedias. Trazadas que fueron la comedia y la tragedia, de allí adelante los aficionados a entrambas poesías, la seria y la jocosa, según su natural inclinación, unos, en lugar de hacer yambos, se hicieron autores de comedias; otros, en lugar de versos heroicos compusieron tragedias, por ser más sublimes y más nobles estos asuntos que aquéllos; el averiguar empero si la tragedia tiene ya o no lo que basta para su perfección, ora sea considerada en sí misma, ora sea respecto del teatro, eso es otro punto.

3. Por lo demás, haciéndose al principio sin arte así ésta como la comedia (la tragedia por los corifeos de la farsa ditirámbica, la comedia por los del coro fálico, cuyas mojigangas duran todavía en muchas ciudades recibidas por ley), poco a poco fue tomando cuerpo, promoviéndolas los dichos, hasta descubrirse tal cual forma de ellas. Con eso la tragedia, probadas muchas mutaciones, hizo punto, ya que adquirió su ser natural. Entonces Esquilo dividió la compañía de los farsantes de una en dos, minoró las personas del coro y dispuso el papel del primer actor. Mas Sófocles introdujo tres personas y la variación de la escena. Además de esto, aunque tarde, al fin dejadas las fábulas ruines y la dicción burlesca, dando de mano al estilo satírico, la grandeza de las acciones se representó dignamente. Al mismo tiempo se mudó el verso de ocho pies en yámbico; bien que al principio usaban el metro de ocho pies, por ser la poesía de sátiros y más acomodada para bailar; pero trabándose conversación, la misma naturaleza dictó el metro propio, porque de todos los metros el yambo es el más obvio en las pláticas, y así es que proferimos muchísimos yambos en nuestras conversaciones, pero hexámetros pocos, y eso traspasando los límites del familiar estilo. Por último, se dice haberse añadido muchos episodios y adornado las demás cosas con la decencia conveniente; sobre las cuales ya no hablaremos más, pues sería tal vez obra larga recorrerlas todas por menudo.

4. La comedia es, como se dijo, retrato de los peores, sí; mas no según todos los aspectos del vicio, sino sólo por alguna tacha vergonzosa que sea risible; por cuanto lo risible es cierto defecto y mengua sin pesar ni daño ajeno, como a primera ojeada es risible una cosa fea y disforme sin darnos pena. En orden a las mutaciones de la tragedia y por quién se hicieron, ya se sabe; pero de la comedia, por no curarse de ella al principio, se ignora, y aun bien tarde fue cuando el príncipe dio al público farsa de comediantes, sino que de primero representaban los aficionados. Mas formada ya tal cual la comedia, se hace mención de algunos poetas cómicos, dado que no se sepa quién introdujo las máscaras, los prólogos, la pluralidad de personas y otras cosas a este tenor. Lo cierto es que Epicarmo y Formis dieron la primera idea de las fábulas cómicas. Así que la invención vino de Sicilia. Pero entre los atenienses, Crates fue el primero que, dando de mano a la idea bufonesca, compuso en general los papeles de los comediantes o fábulas.

5. Cuanto a la épica, ha ido a un paso con la tragedia, hasta en lo de ser una imitación razonada de sujetos ilustres; y apártase de ella en tener meros versos y en ser narratoria, como también por la extensión; la tragedia procura, sobre todo, reducir su acción al espacio de sol a sol, o no exceder mucho; mas la épica es ilimitada cuanto al tiempo, y en esto no van de acuerdo, si bien antiguamente estilaban en las tragedias lo mismo que en los poemas épicos. Sus partes, unas son las mismas, otras propias de la tragedia. De donde, quien supiere juzgar de la buena y mala tragedia, también sabrá de la epopeya, porque todas las dotes de ésta convienen a aquélla, bien que no todas las de la tragedia se hallen en la epopeya. De ésta y de la comedia hablaremos después.

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El arte poética Capítulo III

1. Hablemos ahora de la tragedia, resumiendo la definición de su esencia, según que resulta de las cosas dichas. Es, pues, la tragedia representación de una acción memorable y perfecta, de magnitud competente, recitando cada una de las partes por sí separadamente, y que no por modo de narración, sino moviendo a compasión y terror, dispone a la moderación de estas pasiones. Llamo estilo deleitoso al que se compone de número, consonancia y melodía. Lo que añado de las partes que obran separadamente, es porque algunas cosas sólo se representan en verso, en vez que otras van acompañadas de melodía. Mas, pues se hace la representación diciendo y haciendo, ante todas cosas el adorno de la perspectiva necesariamente habrá de ser una parte de la tragedia, bien así como la melodía y la dicción, siendo así que con estas cosas representan. Por dicción entiendo la composición misma de los versos y por melodía lo que a todos es manifiesto. Y como sea que la representación es de acción, y ésa se hace por ciertos actores, los cuales han de tener por fuerza algunas calidades según fueren sus costumbres y manera de pensar, que por éstas calificamos también las acciones; dos son naturalmente las causas de las acciones: los dictámenes y las costumbres, y por éstas son todos venturosos y desventurados.

2. La fábula es un remedo de la acción, porque doy este nombre de fábula a la ordenación de los sucesos; y de costumbres a las modales, por donde calificamos a los sujetos empeñados en la acción; y de dictámenes a los dichos con que los interlocutores dan a entender algo, o bien declaran su pensamiento. Síguese, pues, que las partes de toda tragedia que la constituyen en razón de tal, vienen a ser seis, a saber: fábula, carácter, dicción, dictamen, perspectiva y melodía; siendo así que dos son las partes con que imitan, una cómo y tres las que imitan, y fuera de éstas no hay otra. Por tanto, no pocos poetas se han ejercitado en estas, para decirlo así, especies de tragedias; por ver que todo en ellas se reduce a perspectiva, carácter, fábula, dicción, dictamen y melodía, recíprocamente.

3. Pero lo más principal de todo es la ordenación de los sucesos. Porque la tragedia es imitación, no tanto de los hombres cuanto de los hechos y de la vida, y de la ventura y desventura; y la felicidad consiste en acción, así como el fin es una especie de acción y no calidad. Por consiguiente, las costumbres califican a los hombres, mas por las acciones son dichosos o desdichados. Por tanto, no hacen la representación para imitar las costumbres, sino válense de las costumbres para el retrato de las acciones. De suerte que los hechos y la fábula son el fin de la tragedia (y no hay duda que el fin es lo más principal en todas las cosas), pues ciertamente sin acción no puede haber tragedia; mas sin pintar las costumbres puede muy bien haberla, dado que las tragedias de la mayor parte de los modernos no las expresan. En suma, a muchos poetas ha sucedido lo mismo que entre los pintores a Zeuxis respecto de Polignoto: que éste copia con primor los afectos , cuando las pinturas de aquél no expresan ninguno. Además, que aunque alguno acomode discursos morales, cláusulas y sentencias bien torneadas, no por eso habrá satisfecho a lo que exige de suyo la tragedia; pero mucho mejor tragedia será la que usa menos de estas cosas y se atiene a la fábula y ordenación de los sucesos. Mas las principales cosas con que la tragedia recrea el ánimo son partes de la fábula, las peripecias y anagnórisis. Prueba de lo mismo es que los que se meten a poetas, antes aciertan a perfeccionar el estilo y caracterizar los sujetos, que no a ordenar bien los sucesos, como se ve en los poetas antiguos casi todos.

4. Es, pues, la fábula lo supremo y casi el alma de la tragedia, y en segundo lugar entran las costumbres. Eso mismo acaece en la pintura; porque si uno pintase con bellísimos colores cargando la mano, no agradaría tanto como el que hiciese un buen retrato con solo albayalde; y ya se dijo que la fábula es retrato de la acción, y no más que por su causa, de los agentes. La tercera cosa es el dictamen, esto es, el saber decir lo que hay y cuadra al asunto; lo cual en materia de pláticas es propio de la política y retórica, que aun por eso los antiguos pintaban a las personas razonando en tono político, y los modernos en estilo retórico. Cuanto a las costumbres, el carácter es el que declara cuál sea la intención del que habla en las cosas en que no se trasluce, qué quiere o no quiere. Por falta de esto algunas de las pláticas no guardan el carácter. Pero el dictamen es sobre cosas en que uno decide cómo es, o cómo no es, lo que se trata, o lo confirma en general con algún epifonema. La cuarta es la edición del estilo. Repito, conforme a lo ya insinuado, que la dicción es la expresión del pensamiento por medio de las palabras, lo que tiene igual fuerza en verso que en prosa. Por lo demás, la quinta, que es la melodía, es sobre todas suavísima. La perspectiva es, sin duda, de gran recreo a la vista, pero la de menos estudio y menos propia de la poética, puesto que la tragedia tiene su mérito aun fuera del espectáculo y de los farsantes. Además que cuanto al aparato de la escena es obra más bien del arte del maquinista, que no de los poetas.

5. Fijados estos dos puntos, digamos ahora cuál debe ser la ordenación de los sucesos, ya que esto es lo primero y más principal de la tragedia. Sentamos antes que la tragedia era remedo de una acción completa y total, de cierto grandor, porque también se halla todo sin grandor. Todo es lo que tiene principio, medio y fin. Principio es lo que de suyo no es necesariamente después de otro; antes bien, después de sí exige naturalmente que otro exista o sea factible. Fin es, al contrario, lo que de suyo es naturalmente después de otro, o por necesidad, o por lo común; y después de sí ningún otro admite. Medio, lo que de suyo se sigue a otro y tras de sí aguarda otro. Deben, por tanto, los que han de ordenar bien las fábulas, ni principiar a la ventura, ni a la ventura finalizar, sino idearlas al modo dicho.

6. Supuestas las cosas ya tratadas, pues que lo hermoso, v. g., un bello objeto viviente y cualquier otra cosa que se compone de partes, debe tener éstas bien colocadas, y asimismo la grandeza correspondiente, porque la hermosura consiste en proporción y grandeza; infiérese que ni podrá ser hermoso un animal muy pequeñito, porque se confunde la vista empleada en poco más de un punto; ni tampoco si es de grandeza descomunal, porque no lo abraza de un golpe la vista: antes no perciben los ojos de los que miran por partes el uno y el todo, como si hubiese un animal de legua y media. Así que como los cuerpos y los animales han de tener grandeza, sí, mas proporcionada a la vista, así conviene dar a las fábulas tal extensión que pueda la memoria retenerla fácilmente. El término de esta extensión respecto de los espectáculos y del auditorio no es de nuestro arte, puesto que si se hubiesen de recitar cien tragedias en público certamen, la recitación de cada una se regularía por reloj de agua, según dicen que se hizo alguna vez en otro tiempo. Pero si se atiende a la naturaleza de la cosa, el término en la extensión será tanto más agradable cuanto fuere más largo, con tal que sea bien perceptible. Y para definirlo, hablando sin rodeos, la duración que verosímil o necesariamente se requiere según la serie continua de aventuras, para que la fortuna se trueque de feliz en desgraciada, o de infeliz en dichosa, ésa es la medida justa de la extensión de la fábula. Dícese que la fábula es una; no como algunos piensan, por ser de uno solo, ya que muchísimas cosas suceden a uno en la vida, varias de las cuales de ningún modo forman unidad; así ni más ni menos varios son los hechos de uno, de los cuales nunca resulta una acción. Por tanto, yerran al parecer todos cuantos poetas han compuesto la Heracleida y Teseida, y semejantes poemas; figurándose que, pues Hércules fue uno, se reputa también una la fábula. Mas Homero, como en todo lo demás es excelente, también parece haber penetrado esto, fuese por arte o por agudeza de ingenio; pues componiendo la Odisea, no contó todas cuantas cosas acaecieron a Ulises, v. g., haber sido herido en el Parnaso, y fingido estar loco en la revista del ejército. De las cuales cosas, no porque una faltase, era necesario o verosímil que sucediese la otra. Pero cuenta las que concurrieron a la acción determinada, cual decimos ser la Odisea, igualmente que la Ilíada. Es forzoso, pues, que como en las otras artes representativas una es la representación de un sujeto, así también la fábula, siendo una imagen de acción, lo sea, y de una, y de esta toda entera; colocando las partes de los hechos de modo que, trastrocada o removida, cualquiera parte se transforme y mude el todo; pues aquello que ora exista, ora no exista, no se hace notable, ni parte es siquiera del todo.

7. Es manifiesto asimismo de lo dicho que no es oficio del poeta el contar las cosas como sucedieron, sino como debieran o pudieran haber sucedido, probable o necesariamente; porque el historiador y el poeta no son diferentes por hablar en verso o en prosa (pues se podrían poner en verso las cosas referidas por Herodoto, y no menos sería la verdadera historia en verso que sin verso); sino que la diversidad consiste en que aquél cuenta las cosas tales cuales sucedieron, y éste como era natural que sucediesen. Que por eso la poesía es más filosófica y doctrinal que la historia; por cuanto la primera considera principalmente las cosas en general; mas la segunda las refiere en particular. Considerar en general las cosas es cuál cosa conviene a un tal decir o hacer, conforme a las circunstancias o a la urgencia presente; en lo cual pone su mira la poesía, acomodando los hombres a los hechos. Referir las cosas en particular es decir qué cosa hizo o padeció en realidad de verdad Alcibíades. En orden a la comedia, la cosa es bien clara; porque compuesta la fábula de sucesos verosímiles, según ésos, ponen a las personas los nombres que les vienen a cuento; no como los coplistas burlescos, tildando por sus nombres a sujetos particulares. En la tragedia se valen de los nombres conocidos, porque lo factible es creíble; mas las cosas que nunca se han hecho, no luego creemos ser factibles. Al contrario, es evidente que los hechos son factibles; porque no hubieran sido hechos si factibles no fuesen. Sin embargo, en algunas tragedias uno o dos nombres son los conocidos, los demás supuestos; en otras, ninguno es verdadero, como en el Anteo y en la Flor de Agatón, donde las aventuras son fingidas bien como los nombres, y no por eso deleita menos. Por lo cual no siempre se ha de pedir al poeta el que trabaje sobre las fábulas recibidas, que sería demanda digna de risa; visto que las cosas conocidas de pocos son sabidas, y no obstante, a todos deleitan. De aquí es claro que el poeta debe mostrar su talento tanto más en la composición de las fábulas que de los versos, cuanto es cierto que el poeta se denomina tal de la imitación. Mas lo que imita son las acciones; luego, aunque haya de representar cosas sucedidas, no será menos poeta; pues no hay inconveniente en que varias cosas de las sucedidas sean tales cuales concebimos que debieran y pudieran ser, según que compete representarlas al poeta. De las fábulas sencillas y acciones, se nota que las episódicas son de malísimo gusto. Llamo fábula episódica aquella en que se entremeten cosas que no es probable ni forzoso que acompañen a la acción. Éstas, los malos poetas las hacen por capricho; los buenos, en gracia de los farsantes, porque haciéndolas a competencia para las tablas, y alargándolas hasta más no poder, muchas veces se ven precisados a perturbar el orden de las cosas.

8. Mas supuesto que la representación es no sólo de acción perfecta, sino también de cosas terribles y lastimeras, éstas, cuando son maravillosas, suben muchísimo de punto, y más si acontecen contra toda esperanza por el enlace de unas con otras, porque así el suceso causa mayor maravilla que siendo por acaso y por fortuna (ya que aun de las cosas provenientes de la fortuna aquéllas son más estupendas, que parecen hechas como adrede; por ejemplo, la estatua de Micio en Argos, que mató al matador de Micio cayendo sobre su cabeza en el teatro, pues parece que semejantes cosas no suceden acaso); es consiguiente que tales fábulas sean las más agradables.

9. De las fábulas, unas son sencillas, otras complicadas; la razón es porque las acciones de que son imágenes se ve que son también de esta manera. Llamo acción sencilla aquella que continuada sin perder la unidad, como queda definido, viene a terminarse sin peripecia ni anagnórisis; y complicada, la que tiene su terminación con reconocimiento o mudanza de fortuna, o entrambas cosas, lo cual debe nacer de la misma constitución de la fábula; de suerte que por las cosas pasadas avengan natural o verosímilmente los tales sucesos, pues hay mucha diferencia entre suceder una cosa por estas o después de estas aventuras.

10. La revolución, es según se ha indicado, la conversión de los sucesos en contrario, y eso, como decimos, que sea verosímil o forzoso. Así en el Edipo, el que vino a darle buenas nuevas, con intención de quitarle el miedo de casarse con su madre, manifestándole quién era, produjo contrario efecto; y en el Linceo, que siendo conducido a la muerte, y Dánao tras él para dársela, sucedió por las cosas que intervinieron el que Dánao muriese y se salvase Linceo. Reconocimiento, según lo declara el nombre, es conversión de persona desconocida en conocida, que remata en amistad o enemistad entre los que se ven destinados a dicha o desdicha. El reconocimiento más aplaudido es cuando con él se juntan las revoluciones, como acontece con el Edipo. Hay también otras suertes de reconocimientos, pues en las cosas insensibles y casuales acaece a la manera que se ha dicho, y puede reconocerse si uno hizo tal o no hizo; dado que la más propia de la fábula y de la acción es sobredicha; porque semejante revolución y reconocimiento causará lástima y espanto, cuales son las acciones, de que se supone ser la tragedia un remedo. Fuera de que por tales medios se forjará la buena y la mala fortuna. Mas por cuanto el reconocimiento de algunos ha de ser reconocimiento, síguese que se den reconocimientos de dos géneros: algunos de una persona sola respecto de la otra, cuando ésta ya es conocida de la primera, y a veces es necesario que se reconozcan entrambas; por ejemplo: Ifigenia fue conocida de Orestes por el despacho de la carta, y todavía Orestes necesitaba otra señal para que le conociese Ifigenia. Según esto, dos son en orden a lo dicho las partes de la fábula: revolución y reconocimiento; otra tercera es la pasión. Pasión es una pena nociva y dolorosa, como las muertes a la vista, las angustias mortales, las heridas y cosas semejantes.

11. Las partes, pues, de la tragedia que como esenciales se deben practicar, ya quedan dichas. Las integrales, en que como miembros separados se divide, son éstas: prólogo, episodio, salida y coro. El coro tiene dos diferencias: una es la entrada y otra la parada. Éstas son comunes a todas las tragedias: propias son las variaciones de escena y las lamentaciones. El prólogo es una parte entera y precede a la entrada del coro. El episodio es una parte de por sí, y el intermedio entre la entrada y la parada del coro. Finalmente, la partida es una parte entera de la tragedia, después de la cual cesa totalmente la música del coro. Tocante al coro, la entrada es la primera representación de todo él, y la parada, el recitado del coro, que no admite anapesto ni coreo. Lamentación es el llanto común del coro en vista de la escena lamentable. Cuáles sean, repito, las partes esenciales de la tragedia que se han de poner en obra, consta de lo referido. Las integrales son las que acabo de apuntar.

12. Ahora conviene añadir consiguientemente a lo dicho qué cosas han de proponerse y cuáles evitar los que forman las fábulas, de donde resultará la perfección de la tragedia. Primeramente, supuesto que la composición de la tragedia más excelente ha de ser no sencilla, sino complicada, y ésta representativa de cosas espantables y lastimeras (como es propio de semejante representación), es manifiesto que no se han de introducir ni personas muy virtuosas que caigan de buena en mala fortuna (pues eso no causa espanto ni lástima, sino antes indignación), ni tampoco malvadas, que de mala fortuna pasen a buena (pues ésta entre todas las cosas es ajenísima de la tragedia, y nada tiene de lo que se pide, porque ni es humano, ni lastimoso, ni terrible); ni tampoco sujeto muy perverso, que de dichoso pare en desdichado; porque tal constitución, dado que ocasione algún natural sentimiento, no producirá compasión ni miedo; porque la compasión se tiene del que padece no mereciéndolo; el miedo es de ver el infortunio en un semejante nuestro. Así que tal paradero no parece lastimoso ni temible. Resta, pues, el medio entre los dichos, y éste será el que no es aventajado en virtud y justicia, ni derrocado de la fortuna por malicia y maldad suya, sino por yerro disculpable, habiendo antes vivido en gran gloria y prosperidad, cuales fueron Edipo, Tiestes y otros ilustres varones de antigua y esclarecida prosapia. En conformidad de esto, es preciso que la fábula bien urdida sea más bien de un éxito sencillo, que no doble, como algunos pretenden; y por mudanza, no de adversa en próspera fortuna, sino al contrario, de próspera en adversa; no por delitos, sino por algún error grande de las personas, que sean o de la calidad dicha, o en todo caso antes mejores que peores. Lo que se confirma por la experiencia. Porque antiguamente los poetas ponían en rima sin distinción las fábulas ocurrentes; pero ya las fábulas más celebradas están reducidas a pocas familias, a saber: las de Alcmeón, Edipo, Orestes, Meleagro, Tiestes y Télefo, y a cuantos otros aconteció padecer o hacer cosas terribles. Por lo cual, la tragedia según arte más perfecta es de esta forma, y así yerran los que esto culpan en Eurípides, de que tal hace en las tragedias, muchas de las cuales terminan en desdichas; siendo eso, como queda declarado, lo que hace al caso, de lo cual es argumento grandísimo que así en los tablados como en los certámenes, las tales son celebradas por más trágicas, si salen bien. Y cierto, Eurípides, si bien no acierta en todo, a lo menos es tenido por el más trágico de todos los poetas. La segunda forma de tragedia, que algunos llaman la primera, es la que tiene doble destino (como la Odisea, que acaba en suerte contraria de los buenos a los malos), y es reputada por la primera por la decadencia de los teatros, dejándose llevar los poetas del antojo de los mirones, que no es de tal casta el deleite que se percibe de la tragedia; sino que será más propio de la comedia, pues en ella, bien que sean entre sí enemigos tan mortales como Egisto y Orestes, al fin se parten dándose las manos, y ninguno muere a las del otro.

13. Cabe, sin duda, el formar un objeto terrible y miserable por arte de perspectiva, y no menos cabe hacerlo por la constitución bien ordenada de las aventuras, lo que tiene el primer lugar, y es de poeta más diestro. Porque la fábula se debe tramar de modo que, aun sin representarla, con sólo oír los acaecimientos, cualquiera se horrorice y compadezca de las desventuras; lo que avendrá ciertamente al que oyere leer la tragedia del Edipo. Pero el representar esto por medio de la perspectiva es cosa de ningún estudio y que necesita de maniobra. Pues ya los que representan a la vista, no un objeto terrible, sino precisamente monstruoso, no tienen que ver con la tragedia; que de ésta no se ha de pretender todo linaje de recreación, sino la que lleva de suyo; y como la que resulta de la compasión y del terror la debe preparar el poeta mediante la imitación, es claro que se ha de sacar de los hechos mismos.

14. Vengamos ahora a declarar cuáles de ellos son atroces y cuáles lastimosos. Vese desde luego ser necesario que las acciones recíprocas de los hombres sean o entre amigos o entre enemigos, o entre personas neutrales. Si el enemigo matare al enemigo, no causa lástima, ni haciéndolo ni estando a punto de hacerlo, sino en cuanto al natural sentimiento; ni tampoco si se matan los neutrales. Mas los que se ha de mirar es cuando las atrocidades se cometen entre personas amigas, como si el hermano mata o quiere matar al hermano, o el hijo al padre o a la madre, o hace otra fechoría semejante. Verdad es que no es lícito alterar las fábulas recibidas: como el que Clitemnestra murió a manos de Orestes, y Erífile a las de Alcmeón; bien que deba el poeta inventar por sí mismo fábulas nuevas o usar con discreción de las ya recibidas. Expliquemos más qué quiere decir con discreción. Lo primero, puede cometerse la acción, como la representaban los poetas antiguos, a sabiendas entre personas conocidas, según que también Eurípides representó a Medea matando a sus hijos. Lo segundo, se puede cometer una atrocidad ignorando que lo sea al tiempo de cometerla, y después reconocer la persona amada, como el Edipo de Sófocles, donde se pone cometido el error antes del día de la representación. Pero en la tragedia misma se representa en acto de cometerlo el Alcmeón de Astidamante, y Telégono en la de Ulises herido. Lo tercero, en fin, cuando está uno para cometer alguna de las cosas irremediables y la reconoce antes de hacerla, y no hay otra manera fuera de éstas; siendo, como es necesario, el hacer o no hacer, y a sabiendas o sin saberlo. De todo esto lo peor es el intentar hacerlo a sabiendas y no ejecutarlo, porque tiene todo lo perverso y menos de trágico, no padeciendo nadie. De aquí es que ninguno se vale de ella sino raras veces, como en la Antígona, Emón contra Creonte. Lo menos malo es si se intenta y se hace. Pero mejor cuando se hace sin conocerlo, y hecho el mal se reconoce, pues en tal caso falta la intención perversa y el reconocimiento llena de estupor. Lo más terrible es lo último, pongo por ejemplo: en el Cresfonte, Mérope intenta matar a su hijo, y no lo mata, sino que vino a reconocerlo, y en la Ifigenia sucede lo mismo a la hermana con el hermano, y en la Hele, estando el hijo para entregar su madre al verdugo, la reconoció. Por esta causa es dicho antiguo que las tragedias se reducen a pocos linajes, porque buscando los poetas asuntos, no de inventiva, sino de fortuna, hallaron este modo de adornarlos en los cuentos sabidos. Así que se ven obligados a recurrir a las familias en que acontecieron semejantes aventuras. En suma, acerca de la ordenación de los sucesos, y cómo y cuáles han de ser las fábulas, se ha dicho lo bastante

15. Acerca de las costumbres se han de considerar cuatro cosas: la primera y principal, que sean buenas. Las costumbres como quiera se conocerán si el dicho o el hecho de una persona, según queda notado, diere a entender la intención con que obra; siendo malas, si ella es mala, y buenas, si fuere buena, y cada sexo y estado tiene las suyas. Porque hay mujer buena y buen criado, bien que respecto del hombre, la mujer es quizá de peor condición, y absolutamente la condición del esclavo es baja. La segunda cosa es que cuadren bien, pues el ser varonil a la verdad es bueno, pero a una mujer no cuadra el ser varonil y valiente. Lo tercero, han de ser semejantes a las nuestras, porque ya está indicado que se ha de mirar a esto, y es cosa distinta del pintar las buenas y acomodadas al sujeto. Lo cuarto, de genio igual; y dado que uno sea desigual en el genio, el que le remeda y hace su papel ha menester mostrarse siempre igualmente desigual. Hay un ejemplo de modales depravados sin causa en el Meneldo del Orestes, y otro contra el decoro y congruencia es el llanto de Ulises en la Escila, no menos que la relación de Menalipe; y de inconstancia, la Ifigenia en Aulide, que en nada se parece después a la que pedía merced poco antes. Por esta razón es menester, así en la descripción de las costumbres como de los hechos, tener siempre presente o lo natural o lo verosímil; que tal persona haga o diga las tales cosas, y que sea probable o necesario que esto suceda tras esto. De donde consta también que las soluciones de las dificultades han de seguirse naturalmente de la misma fábula, y no como en la Medea por tramoya, y en la Ilíada la quedada, resulta ya la vuelta. Sí que se podrá usar de arbitrios sobrehumanos en cosas que no entran en la representación, o son ya pasadas, ni es posible que hombre las sepa; o en las venideras que piden predicción o anuncio, porque si bien atribuimos a los dioses el saber todas las cosas, no se sufre ninguna extrañeza en los hechos, sino es que se presupongan a la tragedia, como las del Edipo de Sófocles. Y como sea la tragedia imitación de las personas más señaladas, debemos imitar nosotros a los buenos pintores de retratos, que, dándoles la forma propia y haciéndolos parecidos al original, los pintan más hermosos; de la misma manera el poeta representando a los coléricos y flemáticos, y a los de otras semejantes condiciones, ha de formar de ellos un ejemplar de mansedumbre o entereza, como Agatón y Homero de Aquiles. Estas cosas sin falta se han de observar, y además de eso las que por necesidad acompañan a la poesía para uso de los sentidos, que también es fácil errar en ellas muchas veces. Pero de las tales se ha escrito lo competente en los libros sacados a luz de esta materia.

16. Qué cosa es anagnórisis, ya se tocó arriba, pero es de varias maneras. La primera y menos artificiosa, de que muchísimos usan por salir del apuro, es por las señas. De éstas unas son naturales, como la lanza con que nacen los terrígenas, o los lunares, cuales son los de Carcino en el Tiestes; otras son sobrepuestas; de ellas impresas en el cuerpo, como las cicatrices; de ellas exteriores como los joyeles, y en la Tiro la barquilla. Aun de éstas se puede usar más o menos bien. Así, Ulises por la cicatriz, de una manera fue reconocido por su ama de leche, y de otra por los pastores; siendo, como son, menos artificiosas las que se muestran para ser creídos, y todas las demás de este jaez, que las descubiertas impensadamente, cual fue la de Ulises en los baños. La segunda manera es la inventada por el poeta, y por tanto no carece de artificio; como en la Ifigenia, Orestes reconoce a su hermana, siendo después reconocido por ella: ella por la carta escrita; él por las señas que dio. Éste dice aquí lo que quiere el poeta, y no en fuerza de la fábula; y por lo mismo está cerca de incurrir en el vicio notado de falta de artificio, pues igualmente se pudieran enlazar varias otras cosas. De esa manera es el ruido de la lanzadera en el Tereo de Sófocles. La tercera es por la memoria de lo pasado, sintiéndose al ver u oír algún objeto, como en las Victorias de Venus por Diceógenes; el otro, viendo una pintura, dio un suspiro, y en la conversación de Alcinoo, Ulises oyendo al citarista y acordándose de sus hazañas, prorrumpió en lágrimas, por donde fue conocido. La cuarta por vía de argumento, como en las ofrendas al sepulcro: Algún semejante mío ha venido aquí; ninguno es mi semejante sino Orestes; luego él ha venido. De esta manera se vale Polides el sofista en la Ifigenia, poniendo en boca de Orestes una ilación verosímil; que habiendo sido sacrificada su hermana, él había de tener la misma suerte. Tal es también la de Teodectes en el Tideo, quien dice ser nieto del que yendo con esperanza de hallar a su hijo, pereció en el camino; y la de las hijas de Fileno, las cuales, mirando el lugar fatal, arguyeron ser inevitable la parca; que su hado era morir allí, pues allí mismo habían sido expuestas a la muerte recién nacidas. Hay también cierto argumento aparente por la falsa conclusión del teatro, como el falso nuncio de Ulises, el cual dijo en prueba que conocería cuál era su arco (y no le había visto); y el teatro, como le viese acertar, infirió falsamente que conocía a su dueño. El reconocimiento empero más brillante de todos es el que resulta de los mismos sucesos, causando admiración los lances verosímiles, cuales son los del Edipo de Sófocles y de la Ifigenia (donde se hace verosímil que quisiera escribir); siendo así que los tales brillan por sí solos, sin necesitar de señales sobrepuestas y dijes; el segundo lugar tienen los que se hacen por argumento.

17. Mas quien trata de componer fábulas y darles realce con la elocuencia, se las ha de poner ante los ojos lo más vivamente que pueda. Porque mirándolas así con tanta evidencia como si se hallase presente a los mismos sucesos, encontrará sin duda lo que hace al caso, y no se le pasarán por alto las incongruencias. Buen ejemplo tenemos en Carcino, en quien pareció mal que hiciese resucitar a su Anfiarao de donde estaba el templo, y engañose por no mirar el sitio del prodigio como presente; conque fue silbado en el teatro, ofendidos de esto los mirones. Demás de esto se ha de revestir cuanto sea posible de los afectos propios, porque ningunos persuaden tanto como los verdaderamente apasionados; de aquí es que perturba el perturbado y el irritado irrita de veras. Por eso la poesía es obra del ingenio o del entusiasmo, porque los ingeniosos a todo se acomodan, y los de gran numen en todo son extremados. Las fábulas, o antiguas o nuevas, el mismo que las pone en verso, debe antes proponérselas en general, y después conformemente aplicar los episodios y entreverar las particularidades. Quiero decir que la fábula de la Ifigenia, por ejemplo, se puede considerar en general de esta forma: Estando cierta doncella a punto de ser sacrificada, y desaparecida invisiblemente de entre las manos de los sacrificantes, y trasplantada a otra región, donde por ley los extranjeros eran sacrificados a cierta diosa, obtuvo este sacerdocio. El porqué vino allá (a saber, porque un dios se lo aconsejó por cierto motivo), eso no es del asunto considerado en general, ni tampoco con qué fin vino. Comoquiera, ya que vino y fue preso, estando para ser sacrificado, reconoció, y fue reconocido o del modo imaginado por Eurípides, o del que discurrió Polides, haciéndole decir, según era verosímil, ser disposición del cielo que no sólo su hermana, sino también él mismo fuese sacrificado, y de ahí provino su libertad. Hecho esto, determinando las personas, se forman los episodios, los cuales se ha de procurar que sean a propósito, como en el Orestes la furia por la cual fue preso y la libertad so color de la purificación. En la representación, los episodios son cortos; la epopeya los alarga más. Por cierto que el cuento de la Odisea es bien prolijo, y se reduce a que andando perdido por el mundo Fulano muchos años, y siendo perseguido de Neptuno hasta quedar solo; y estando por otra parte las cosas de su casa tan malparadas, que los pretendientes le consumían las rentas y armaban asechanzas a su hijo, vuelve a su patria después de haber naufragado, y dándose a conocer a ciertas personas, echándose al improviso sobre sus enemigos, él se salvó y perdió a ellos. Éste es el asunto; los demás son episodios.

18. En toda tragedia debe haber enlace y desenlace. Las cosas precedentes, y muchas veces algunas de las que acompañan la acción, tejen el enlace; las restantes sirven al desenlace. Quiero decir que el enlace dura desde el principio hasta la parte última de donde comienza la mudanza de buena en mala fortuna, o al contrario; y el desenlace desde el principio de tal mudanza hasta el fin, como en el Linceo de Teodectes forman el enlace las cosas pasadas y el rapto del niño; el desenlace dura desde la imputación de la muerte hasta la postre. Hay empero cuatro especies de tragedias, que otras tantas, dijimos, ser sus partes. Una es la complicada, que toda está entretejida de revolución y reconocimiento. Otra es la lastimosa, como los Ayaces y los Ixiones; la tercera es la característica, como las Ptiótidas y el Peleo; la cuarta es la simple, como las hijas de Forcio y el Prometeo, y cualesquiera sujetos infernales. A la verdad, un poeta debe hacer todo lo que pueda por adquirir cuantas más y mayores perfecciones le sean posibles, atento que vivimos en un tiempo en que no perdonan nada a los poetas; porque habiendo florecido poetas excelentes en cada una de estas partes, pretenden que uno solo se haya de aventajar a todos en la excelencia propia de cada uno. Lo que sí es demanda justa: que no se diga ser otra la tragedia, siendo la misma ni más ni menos que si fuese la misma fábula. Y esto se verifica de las que tienen el mismo enlace y desenlace. También hay muchos que enlazan bien y desenlazan mal; pero es preciso que ambas cosas merezcan siempre aplauso y que no se haga de la tragedia un poema épico. Llamo aquí poema épico un compuesto de muchos cuentos, como si uno quisiese meter toda la Ilíada en sola una tragedia; pues en ella, por ser tan dilatada, las partes guardan la magnitud correspondiente, pero en los actos dramáticos lo prolijo es contra la opinión recibida. En prueba de esto, cuantos han tomado por asunto la conquista entera de Troya y no por partes, como Eurípides en la Niobe y la Medea (al revés de lo que hizo Esquilo), o son reprobados o salen mal en el certamen, y así es que Agatón cayó en nota por esto sólo. En las revoluciones y en las acciones sencillas se logra lo que se desea por maravilloso, por ser esto de suyo trágico y agradable. Lo cual sucede cuando un hombre sagaz, pero malo, es engañado, como Sísifo, y algún valiente, pero injusto, es vencido; ni a eso se opone la verosimilitud, antes, como dice bien Agatón, es verosímil que sucedan muchas cosas contra lo que parece verosímil. En la representación es menester que hable el coro por boca de una sola persona y que sea parte del todo, favoreciendo al buen partido, no al uso de Eurípides, sino al de Sófocles. Pero lo que otros poetas permiten al coro no parece que sea más de la fábula o tragedia que se representa que de otra, y así cantan ahora los intermedios, a que dio principio Agatón. Y cierto, ¿qué más tiene o cantar intermedios o insertar relaciones de un episodio en otro, y aun el episodio entero de una pieza diversa?

19. Ya se ha tratado de las demás cosas; réstanos hablar del estilo y de la sentencia, si bien lo concerniente a la sentencia, en los libros de la Retórica, como más propio de aquel arte, queda declarado. En la sentencia se contienen todas cuantas cosas se deben adornar con el estilo, cuales son el demostrar, el desatar los argumentos y el conmover los afectos; a saber: la compasión, el temor o la ira y otros semejantes; también el amplificar y el disminuir. Por otra parte, es evidente que también es preciso valerse de los mismos arbitrios en las representaciones, siempre que sea necesario ponderar lances, o lastimosos, o atroces, o grandiosos, o verosímiles. La diferencia está en que unas cosas se han de representar sin discursos; otras, por necesidad, debe mostrarlas el que habla razonando, y darles eficacia en virtud del razonamiento; donde no, ¿qué serviría la persona que habla si las cosas por sí solas agradasen y no por sus palabras? En orden al modo de decir hay cierta especie de doctrina, la cual regula los gestos de la pronunciación, y se ha de aprender de la farsa y del que posea el primor de este arte; v. g.: qué significa mandato, qué súplica, qué narración, qué amenaza, qué pregunta, qué respuesta y lo que frisa con esto. Pues por la noticia o ignorancia de estos ademanes, ninguna tacha resulta en la poética, a lo menos que sea digna de aprecio. Porque ¿quién se podrá persuadir a que hay falta en lo que reprende Protágoras, que, en vez de suplicar, mandaba el que dijo: «Canta, diosa, el enojo», por cuanto nota éste que el mandar hacer o no tal cosa es precepto? Así déjese esto a un lado, como materia de otra facultad, y no de la poética.

20. Las partes de toda suerte de habla son éstas: elemento, sílaba, conjunción, nombre, verbo, artículo, caso, palabra. Elemento es una voz indivisible, no como quiera, sino aquella de que se puede formar pronunciación articulada, ya que también las voces de las bestias son indivisibles, ninguna de las cuales llamo elemento. Éste se divide en vocal, semivocal y voz muda. Vocal es la que sin adición alguna tiene voz inteligible, cuales son el A y la O. Semivocal, la que impelida de otra se pronuncia, cuales son la R y la S. Muda es la que con impulso ningún sonido hace por sí, pero unida con la que lo tiene, se hace inteligible. Tales son la G y la D. Éstas difieren en la pronunciación por los gestos y situaciones de la boca, por la blandura y aspereza, por ser largas y breves; y también por el acento agudo, grave y circunflejo. De cada una de éstas conviene instruirse por medio del arte métrica. Sílaba es una voz no significativa, vocal o compuesta de semivocal, o muda unida con la vocal. Así, gr sin vocal no es sílaba, y con la vocal a, v. g.: gra viene a serlo. Pero el enseñar estas diferencias también pertenece al arte métrica. Conjunción es una voz no significativa, que ni estorba ni hace que una voz significativa se pueda componer de muchas voces, ya en el extremo, ya en medio de la cláusula, si no fuese más a propósito por su calidad ponerla al principio, v. g.: A la verdad, Por cierto, Sin duda, o será una voz no significativa compuesta de muchas voces, capaz de unir las voces significativas. Artículo es una voz no significativa, la cual muestra el principio o el fin, o la distinción de la palabra; v. g.: Lo dicho, Acerca de esto, etc., o sea una voz no significativa, que ni quita ni pone, que una voz significativa pueda componerse de muchas voces, tanto en el extremo como en el medio. Nombre, es una voz compuesta significativa sin tiempo, de la cual parte ninguna significa de por sí, pues aun en los nombres formados de dos dicciones no se usa el que una parte signifique separada de la otra; v. g.: en Teodoro, el doro no significa. Verbo es una voz compuesta significativa con tiempo, de la cual ninguna parte significa separadamente, como se dijo del nombre. Así es que esta voz, Hombre, y estotra, Blanco, no significa el cuándo; mas éstas: Anda y Anduvo, lo significan; la primera, el tiempo presente, y la segunda, el pasado. El caso es del nombre y del verbo: uno es oblicuo, como Según esto o Para esto, y los semejantes; otro recto, en singular o plural, como los Hombres, el Hombre. El del verbo es, según las personas y modos de interrogar o mandar, pues Andaba él y Anda tú, casos son del verbo a la manera dicha. Palabra es una voz compuesta significativa, de cuyas partes algunas significan por sí, mas no siempre con tiempo, porque no toda palabra se compone de nombres y verbos, como se ve en la definición del nombre, sino que puede haber palabra sin verbo; lo que sí tendrá siempre es alguna parte significante, v. g.: en esta Cleonte anda el Cleonte. La palabra es una de dos maneras: o porque significa una cosa sola o un complejo de muchas cosas; así, la Ilíada es una por el complejo, pero la definición del nombre significa una sola cosa. Las especies del nombre son varias: una simple (yo llamo simple la que no se compone de partes significantes); otra es doble, y de esta cual se compone de parte significante y de no significante, cual de partes todas significantes. Podríase también dar nombre triplo y cuádruplo, como son muchos de los megaliotas, verbigracia: Hermocaicoxanto.

21. Verdad es que todo nombre o es propio, o forastero, o metáfora, o gala, o formado de nuevo, o alargado, o acortado, o extendido. Llamo propio aquel de que todos usan, y forastero, el que los de otra provincia. De donde consta que un mismo nombre puede ser propio y forastero, mas no para unos mismos. Porque Siguyno para los chipriotas es propio, y para nosotros extraño. Metáfora es traslación de nombre ajeno, ya del género a la especie, ya de la especie al género, o de una a otra especie, o bien por analogía. Pongo por ejemplo, del género a la especie: Paróseme la nave, siendo así que tomar puerto es una especie de pararse. De la especie al género: Más de diez mil hazañas hizo Ulises, donde diez mil significa un número grande, de que usa Homero aquí en vez de muchas. De una especie a otra especie: El alma le sacó con el acero; Con duro acero cortó la vida; puso sacar y cortar recíprocamente, porque ambos a dos verbos significan quitar algo. Traslación por analogía es cuando entre cuatro cosas así sea la segunda con la primera como la cuarta con la tercera: con que se podrá poner la cuarta por la segunda y la segunda por la cuarta; y a veces, por lo que se quiere dar a entender, lo que dice respecto a cosa diversa, v. g.: Lo que la bota es para Baco, eso es la rodela para Marte; dirase pues: la rodela, bota de Marte, y la bota, rodela de Baco; como también, lo que es la tarde respecto del día, eso es la vejez respecto de la vida, con que se podrá decir: la tarde vejez del día, y la vejez tarde de la vida; o como dijo Empédocles: El Poniente de la vida. Y aunque hay cosas que no tienen fijo nombre de proporción, todavía se les puede aplicar por semejanza, v. g.: el arrojar la simiente se dice sembrar, y el rayar de la luz del sol carece de nombre; pero lo mismo es esto respecto del sol que la simiente respecto del sembrador. Por eso se dijo: Sembrando la luz divinamente hecha. De otra manera se puede usar de esta especie de metáfora, tomando lo ajeno y añadiendo algo de lo propio, como si uno llamase a la rodela bota de Marte, sí, pero sin vino. Formado nuevamente será el nombre que nadie ha usado jamás y lo finge de suyo el poeta; que varios, al parecer, son tales, como el llamar ramas a los cuernos del ciervo y suplicador al sacerdote. El alargado es cuando la vocal breve se hace larga, o se le interpone una sílaba. El acortado, cuando se le cercena algo de lo suyo o de lo interpuesto. Ejemplo del primero es de la cidá, por de la ciudad; y Pelideano, hijo de Peleo, por Pelides. Del segundo, dizque, por dicen que, y en casdé, por en casa de; y lo del otro: Una es de ambos la mira, por mirada; como también si de dos vocales se hace una; v. g.: ves por vees. Extendido es cuando parte se deja y parte se añade; v. g.: contra el pecho derechísimo, por derecho. Los nombres se dividen en masculinos, femeninos y medios o neutros. Los masculinos acaban todos en N, en R o en una de estas dos letras dobles: Ps, Cs mudas. Los femeninos, que también son de tres maneras, acaban siempre en vocales largas, a saber, en E y O, o vocal que se pueda alargar, como la A, de suerte que tantas terminaciones vienen a tener los masculinos como los femeninos. Porque las terminaciones en Ps y Cs entrambas acaban en S. Pues no hay siquiera un solo nombre cuya terminación sea en consonante ni en vocal breve. Los acabados en I son tan solamente tres, es a saber éstos: Meli, Commi, Peperi; los en Y estos cinco: poy, napy, gony, dory, asty. Los neutros o medios ya se sabe que han de acabar en I y en V, como también en N y S.

22. La perfección del estilo es que sea claro y no bajo. El que se compone de palabras comunes es sin duda clarísimo, pero bajo. Buen ejemplo pueden ser las poesías de Cleofonte y Estenelo. Será noble y superior al vulgar el que usa de palabras extrañas. Por extrañas entiendo el dialecto, la metáfora, la prolongación y cualquiera que no sea ordinaria. Pero si uno pone juntas todas estas cosas, saldrá un enigma o un barbarismo. Si todas son metáforas, será enigma; si todas dialectos, parará en barbarismo, puesto que la formación del enigma consiste en unir hablando cosas existentes, al parecer incompatibles; por la junta de nombres es imposible hacer esto, mas con metáforas es bien fácil; como el otro que dijo: He visto un hombre que con cobre pagaba fuego sobre otro hombre, y semejantes acertijos. De la confusión de los dialectos procede el barbarismo. Por lo cual se han de usar con discreción en el discurso. Así que la variedad del dialecto, la metáfora y el adorno y las demás figuras referidas harán que el estilo no sea plebeyo ni bajo, y lo castizo de las palabras servirá para la claridad. Ni es poco lo que contribuyen a que sea claro y no vulgar el estilo las prolongaciones y abreviaciones y extensiones de los nombres; pues en cuanto tienen diversa forma de la común, por ser fuera de lo usado, harán que no parezca vulgar, y en cuanto guardan parte de lo usado, conservarán la claridad. Por donde sin razón se burlan los que censuran esta manera de estilo y hacen mofa del poeta; de los cuales es uno Euclides el viejo; como si fuese cosa muy fácil el versificar, una vez que se permita el alargar las sílabas cuanto se quiera, haciendo de yambos espondeos, conforme lo pide el verso, y traen, por ejemplo, éste: A Heticaris he visto a Maratona yendo, y estotro: Y si aun su heléboro no ha nacido. Sea norabuena cosa ridícula el hacer gala de usar a su antojo de esta licencia. La moderación es necesaria igualmente en todas las figuras; pues quienquiera que usare las metáforas, y los dialectos, y los demás adornos sin juicio y con afectación, caerá, efectivamente, del mismo modo en varias ridiculeces. Mas cuánto valga el decente atavío en los versos, conocerase por esto: mude uno los nombres figurados moderadamente por razón del dialecto, de las metáforas y de las demás bellezas, en los nombres ordinarios, y verá ser verdad lo que decimos. Por ejemplo: haciendo un mismo verso yámbico Esquilo y Eurípides, mudando éste una sola palabra por la común usada, en frase nueva, ya su verso es elegante; y el de aquél frío, porque dijo Esquilo en el Filoctetes: Gangrena de mi pie come lo momio, y Eurípides, en lugar de Come puso Se regala. Y si por el verso de Homero, ¡Un apocado a mí, cenceño y zopo!, sustituyere otro así de frases comunes: ¡A mí, siendo pequeño, vil y feo! Y por éste: El coche malparado, y parca mesa, este otro: Una calesa mala, y corta mesa; y en lugar de aquello, Las riberas vocean, diga: Las riberas claman. Asimismo Arifrades befaba los poetas trágicos, porque usan modos de hablar que ninguna usaría en la conversación; como De las casas fuera, y no, Fuera de las casas; Detigo, por De ti; Aquese, por ese, y De Aquiles respecto, y no Respecto de Aquiles; y tantos otros términos semejantes. Mas no tiene razón, porque todas estas cosas, por no usarse comúnmente, hacen que el estilo no sea vulgar, y Arifrades no quería entenderlo. Por tanto, es cosa grande sin disputa el usar de cualquiera de estas cosas oportunamente; pero grandísima el ser metafórico, porque sólo esto es lo que se puede practicar sin tomarlo de otro, y es indicio de buen ingenio; pues aplicar bien las metáforas es indagar qué cosas son entre sí semejantes. De los nombres, los compuestos cuadran mejor a las canciones, así como los varios dialectos a los poemas heroicos, y las metáforas a los yámbicos; y si bien todas las cosas dichas son de apreciar en los heroicos, todavía en los yámbicos, por cuanto imitan todo lo posible el estilo familiar, son más conformes aquellos nombres que no desdirían en las conversaciones. Tales son los que acompañan la propiedad con la metáfora y ornato. En fin, acerca de la tragedia, y lo que también conviene a la comedia, bástenos lo dicho.

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El arte poética Capítulo IV

1. Por lo tocante a la facultad narratoria, y que hace su imitación sólo en verso, es cosa manifiesta que se han de componer las fábulas como las representaciones dramáticas en las tragedias, dirigiéndose a una acción total y perfecta que tenga principio, medio y fin, para que, al modo de un viviente sin mengua ni sobra, deleite con su natural belleza, y no sea semejante a las historias ordinarias, donde necesariamente se da cuenta, no de un hecho, sino de un tiempo determinado, refiriéndose a él cuantas cosas entonces sucedieron a uno, o a muchos, sin otra conexión entre sí más de la que les deparó la fortuna. Pues como al mismo tiempo se dio la batalla naval delante de Salamina, que fue la pelea de los cartagineses en Sicilia, sin tener relación con un mismo fin, así también, en tiempos diversos, a veces una cosa se hace tras otra, sin que de las dos, en fin, sea uno mismo. Mas casi todos los poetas imitan en esto a los historiadores, al contrario de Homero, como habemos dicho; que aun por eso muestra un no sé qué de divino en comparación de los demás en no haber abarcado toda la guerra troyana, bien que tuviese su principio y fin, considerando que sería excesivamente grande y menos comprensible; o si no excedía en la grandeza, saldría muy enmarañada con tanto cúmulo de cosas. Así que tomando por asunto una parte, mete muchas de las demás en los episodios; como la revista de las naves y otras digresiones con que variamente teje su poema. Pero los otros forman los suyos sobre una persona, sobre un tiempo o sobre una acción de muchos cabos; v. g.: Las Victorias de Venus, la pequeña Ilíada. De ahí es que la Ilíada y Odisea, cada una de por sí, da materia para una tragedia sola, o a lo más para dos; mas de Las Victorias de Venus se han compuesto muchas y de la pequeña Ilíada más de ocho, como La sentencia de las armas, Filoctetes, Neoptolemo, Euripilo, El Medicante, la Helena, El Incendio de Troya, El Retorno de las Naves, el Sinón y Las Troyanas.

2. Además de esto, la epopeya debe tener las mismas calidades que la tragedia (debiendo ser o sencilla, o complicada, o moral, o lastimosa), y también las partes mismas, fuera de la melodía y perspectiva; puesto que ha de haber en ella revoluciones, reconocimientos y perturbaciones; y asimismo las sentencias y el estilo han de ser brillantes. Todo lo cual ha observado Homero el primero, y siempre como conviene; porque de tal arte compuso cada uno de sus poemas, que la Iliada es sencilla y afectuosa; la Odisea, complicada, reinando en toda ella el reconocimiento y la distinción de los caracteres. Pues ya en el estilo y en el modo de pensar es infinitamente superior a todos.

3. Sin embargo, la epopeya es diferente por la longitud del contexto y por el metro. El término conveniente de la longitud ya está insinuado; de suerte que pueda uno hacerse cargo al mismo tiempo del principio y del fin; y esto se logrará si las composiciones fueren menos prolijas que las de los antiguos, y equivalentes a muchas tragedias propuestas a la censura de un auditorio crítico. Es así que la epopeya tiene mucho a su favor, para poder alargarse más; por cuanto en la tragedia no es posible imitar muchas cosas hechas a un tiempo, sino solamente aquella parte que requieren la escena y los representantes. Mas en la epopeya, por ser mera narración, cabe muy bien el unir en verso muchas partes con sus cabos, por las cuales, siendo propias, crecerá la estructura del poema. De manera que tiene esta prerrogativa para ser más grandiosa y divertir al oyente, y variar los episodios; puesto que la uniformidad, saciando presto, es causa de que las tragedias desagraden.

4. En orden al verso, el heroico es el que mejor ha probado por la experiencia, pues si uno quisiese hacer la imitación narratoria en cualquier otro verso o en varios, parecería, sin duda, disonante; cuando, al contrario, el heroico es el más pausado y grave de los metros; y aun por eso recibe mejor que ninguno dialectos y metáforas; al paso que la ligereza de los otros es impropia para la narrativa, siendo así que el yámbico y el tetrámetro son naturalmente ligeros; este saltarín, y aquél activo. Todavía fuera cosa más absurda el mezclarlos todos a ejemplo de Kerémon. Por tanto, nadie ha hecho composición larga en otro metro fuera del heroico, y es que la naturaleza misma enseña a discernir lo conveniente.

5. Entre todos, Homero merece ser alabado, así por otras muchas cosas, como principalmente porque sólo él sabe lo que corresponde a su oficio; pues el poeta debe hablar lo menos que pueda en persona propia, no siendo en eso imitador. Al revés, los demás se empeñan continuamente en decir sus razones, imitando pocas cosas y raras veces. Mas éste, haciendo la salva en pocas palabras, introduce inmediatamente a un hombre, o a una mujer, o a otro sujeto, y ninguno sin divisa, sino revestido de su propio carácter.

6. A la verdad, en las tragedias es menester emplear lo maravilloso; pero mucho mayor proporción tiene para eso la epopeya; la causa es porque no se ve con los ojos la persona operante. Por cierto, si se representara en el teatro la carrera de Aquiles persiguiendo a Héctor, parecería bien ridícula, mirando a tantos soldados quedos sin moverse, y a él que les hace señas que nadie le siga; mas en los versos se disimula más fácilmente, y lo maravilloso deleita; de lo cual es buen indicio que los que se ponen a contar cuentos prometen esto a fin de ganar las voluntades.

7. Homero es también el que con arte ha enseñado a los demás a contar fábulas con visos de verdad, lo que viene a ser paralogismo, creyendo vulgarmente los hombres que, dada o hecha esta cosa, resulta ordinariamente esa otra; y si la última existe, también debió existir o hacerse la primera; y esto engaña, por cuanto cabe que la primera sea falsa, ni es tampoco absolutamente necesario que por existir ésta se haga o se siga esotra, o al revés: dado que nuestra mente, conociendo ser cierta esotra, infiere falsamente que también la primera lo es. En todo caso, más vale elegir cosas naturalmente imposibles, con tal que parezcan verosímiles, que no las posibles, si parecen increíbles. Ni menos se han de componer las fábulas de partes chocantes a la razón; antes se ha de poner grandísimo cuidado en que ninguna sea tal; y a no poder más, supóngase fuera de la representación, como el no haber sabido Edipo de qué manera fue la muerte de Layo, y nunca dentro del acto; como en la Electra las nuevas de los juegos pitios, o en los Misios el Mudo que viene de Tegea a Misia. Por lo demás, el decir que de otra suerte no tendría lugar la fábula, es cosa de risa, porque primeramente no hay necesidad de valerse de tales fábulas, y cuando sean admitidas, se ha de disimular el absurdo del modo más razonable, ya que las cosas inverosímiles, como aun en la Odisea el desembarco, claramente se vería no ser tolerables, si un mal poeta las refiriese. Mas en nuestro caso, el poeta, sazonando la narración con otros primores, logra encubrir el absurdo. Finalmente se ha de atender a la variedad del estilo en los lugares estériles, y no en los patéticos y sentenciosos; puesto que al trocado el estilo demasiadamente brillante oscurece los afectos y las sentencias.

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El arte poética Capítulo V

1. Viniendo a las objeciones que se hacen y a las soluciones que se dan, se verá claramente de cuántas y cuáles especies sean, por las reflexiones siguientes: Siendo el poeta imitador a manera o de pintor o de cualquier otro autor de retratos, ha de imitar por precisión una de estas tres cosas, a saber: cuáles fueron o son los originales; cuáles se dice y piensa que hayan sido, o cuáles debieran ser. Y estas cosas las expresa con su habla o también con dialectos y metáforas. En el mismo modo de hablar las diferencias son muchas, ya que a los poetas concedemos esta licencia. Es de advertir también que no es una misma la norma de la poética que la de la política, y de otro cualquier arte que sea. En la poética, considerada por sí sola, se puede pecar de dos maneras: una en la sustancia, otra en algún accidente. Si eligiese imitar lo que no es imitable, pecaría en la sustancia; mas tomando al sesgo la cosa, será error accidental, como pintar un caballo que mueve a un tiempo los dos pies derechos. Asimismo es accidental el yerro cometido contra cualquier arte; v. g.: la Medicina, u otra, o si se fingen cosas imposibles. Estos defectos, pues, cualesquiera que sean, no tocan en la sustancia.

2. De donde reflexionando se ha de satisfacer a las objeciones en que se achacan faltas. Porque primeramente, si se han fingido cosas imposibles para imitarlas según arte, se habrá errado; pero será con acierto, si el arte hubiere logrado su fin (cuál es el fin ya está dicho), puesto que así haga más estupendo el asunto en todo o en parte; por ejemplo: la carrera tras Héctor. Que si el fin se pudiese conseguir poco más o menos sin eso conforme a las reglas del arte, no será excusable la culpa, porque se debe, si cabe, de todas maneras evitar el yerro. Todavía éste es menos perdonable cuando se comete contra las reglas del arte, que no por otro accidente, pues menos reprensible sería el pintor en ignorar que la cierva no tiene cuernos, que no en sacar mal su retrato.

3. Fuera de esto, si es tachado el poeta de que no es así lo que cuenta, responderá: mas así debe ser; a ejemplo de Sófocles, que decía pintar él las personas cuales deben ser, y Eurípides, cuales son. Y si eso no alcanza, responder que así lo dicen; ni hay otra respuesta en las cosas de los dioses. Tal vez no bastará decir: Así está mejor, ni Es cierto, ni tampoco, Así lo dicen, sino La fortuna lo quiso así, como solía Xenófanes, por ventura confesando no ser lo mejor, pero que así se usaba, según aquello de las armas: Y las lanzas plantadas en el suelo, porque así lo estilaban entonces, como hasta el día de hoy los ilirios. Ahora, para saber si lo que Fulano dijo o hizo está bien o mal dicho, o hecho, no basta mirar sólo al dicho o al hecho, si es bueno o es malo; sino que también se ha de considerar quién lo dice o lo hace, y a quién y cuándo, y en qué forma, y por qué causa; v. g.: si es por amor de mayor bien el hacerlo o por temor de mayor mal el no hacerlo.

4. Lo que se opone contra las palabras, se ha de refutar distinguiendo, como si es dialecto, v. g.: Primero hirió las bestias; pues quizá no quiere decir los mulos, sino los veladores; y en lo de Dolon, Era sí de mal talle mas ligero, no significa el cuerpo contrahecho, sino el rostro feo, porque los cretenses llaman de buen parecer al de rostro hermoso; y también aquello: Echa del más fino, no entiende vino puro y sin mezcla, sino Hazlo presto. A veces se habla por metáfora, como Toda la noche en sueño sepultados los otros dioses y hombres estuvieron, donde toda se pone por mucha parte de la noche, siendo el todo una especie de mucho. Asimismo es metáfora: Mirando en el ejército troyano; A la voz del clarín y de la trompa; De hombres el rimbombo. Y hablando de la estrella del Norte: La cual sola no baña el océano, porque aunque otras tampoco se ponen, ésta es la más conocida. Varíanse también las palabras por la distinción del acento. De esta suerte, Hipias el Tasio interpretaba lo del sueño Darle, y no Dámosle; y lo del palo seco: El cual no está podrido por la lluvia; en lugar de la significación contraria: Do cierto está podrido por la lluvia. También por la diversa puntuación, como en aquellos versos de Empédocles:

Hiciéronse mortales
Las cosas que antes eran inmortales;
Mezcladas antes, luego separadas,
Mudaron de moradas.

Hay también palabras ambiguas, por ejemplo: Ya lo más de la noche era pasado; el más es ambiguo, y entiéndese Lo más de dos partes, y no Más de las dos partes. Igualmente se ha de atender al uso de las palabras. Así dicen mezclar el vino por echarlo, aunque sea puro. De aquí es también el decir: Botín de estaño, arnés flamante y nuevo, y broncistas a los que trabajaban el hierro. De donde se dijo también Ganimedes a Júpiter servir copa de vino; no bebiendo vino los dioses, sino néctar, si bien esto se puede explicar por metáfora.

5. Pero cuando el nombre, al parecer, significa alguna contrariedad, es menester examinar cuantos significados admite lo que se dice, como Allí el dardo acerado se detuvo, por ser embarazado del escudo. Esto que decimos de los muchos significados tiene lugar en cierto modo dondequiera; mayormente contra los que se figuran las cosas al revés de lo que significan, porque hay algunos, como dice Glaucon, preocupados sin razón, que, después de haber condenado al poeta, se ponen a discurrir y tachar, y como si hubiese dicho lo que se les antoja, le dan por culpado, si les parece contrario a sus preocupaciones. Esta suerte han padecido las cosas atribuidas a Icario; por cuanto los censores haciéndole lacedemonio, sin más ni más deciden ser despropósito que Telémaco no encontrase con él viniendo a Lacedemonia. Pero quizá es más cierto lo que dicen los cefalenos que Ulises se casó en su tierra. Pues la objeción de que su nombre es Icadio, y no Icario, lejos de ser fundada, a mi ver, es error manifiesto.

6. En suma, lo que se dice imposible se ha de sanear alegando ser conforme a poesía, o mejor, o según el común sentir. Y cierto que por respeto a la poesía conviene antes escoger un asunto, aunque parezca imposible, si es creíble, que otro posible, no siendo creíble; que tales han de ser los retratos cuales los pintaba Zeuxis, siempre atento a lo más perfecto, pues lo que se pone por ejemplar es preciso que sea excelentísimo en su línea. Si se dice que son cosas contra razón, responder del mismo modo, y aun tal vez negarlo absolutamente; porque también es verosímil que sucedan cosas contra toda verosimilitud. Las que se arguyen de contradicción se han de valuar al contraste de la lógica; v. g.: si es lo mismo, según lo mismo, y del mismo modo; o si es una misma persona, si hace relación a las cosas que dice ella misma, o a las que un hombre cuerdo supone por ciertas. Entonces sí que será justa la censura, cuando sin necesidad alguna el poeta fingiere irracionalmente cosas mal parecidas o mal hechas, como Eurípides del Egeo en la Medea, y de Menelao en Orestes. En fin, las objeciones que se hacen a los poetas son de cinco especies: que dicen cosas imposibles, o irracionales, o ajenas del asunto, o contradictorias, o no conformes al arte. Las soluciones se han de tomar de las excepciones, que en todas son doce.

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El arte poética Capítulo VI

1. Ahora se podría con razón dudar cuál es mejor: la imitación de la epopeya o la que hace la tragedia. Que si la menos mecánica es la mejor, y por lo mismo pide espectadores más inteligentes, claro está que la que todo lo remeda es bien mecánica. Por eso los representantes, como que nada entienden los mirones si no se lo hacen palpable, se mueven de mil maneras a modo de los malos flauteros, que cuando tocan la tonada del disco, se bambolean, y cuando la de la Escila, se agarran del corifeo. Por cierto, la tragedia es tal, y es así que aun los farsantes antiguos han hecho este juicio de los nuevos; pues Menisco llamaba mono a Calipedes, viéndole tan extremado en los gestos y meneos; igual concepto se tenía de Píndaro, y como éstos son mirados respecto de los otros, así es reputada toda su arte respecto de la epopeya. Ésta, por el contrario, dicen, se hizo para espectadores razonables, por lo cual no echan menos figuras extrañas. Mas la tragedia es para gente insensata; luego siendo, como es, tan mecánica, habrá de ser peor sin rastro de duda.

2. A esto, sin embargo, se responde lo primero que la tacha no es de la poética, sino de la farsa; ya que aun en la epopeya se puede abusar de las gesticulaciones, recitando los versos como lo hacía Sosistrato, y cantándolos como Mnasiteo el Opunteño. Lo segundo, no todo movimiento se ha de reprobar, pues que ni la danza se reprueba, sino el de los figureros; lo cual se culpaba en Calipedes, y hoy en día en otro, que parecen remedar a las malas mujeres. Lo tercero, la tragedia sin movimiento chico ni grande puede hacer también su oficio como la epopeya, siendo así que con sola la lectura muestra qué tal es; conque si por lo demás es mejor, por esotro que no ha menester ciertamente, no pierde nada.

3. Fuera de que tiene todo lo que la epopeya (pues admite igualmente el metro), y además de eso tiene una parte propia suya bien considerable: la música y la perspectiva, por cuyo medio los sentidos evidentísimamente perciben los deleites. Añádese que pone las cosas delante de los ojos no sólo por la lectura, sino también por la representación de los hechos. Sobre todo, el fin de la imitación se logra en ella más presto; porque reducido a tiempo más corto, deleita mucho más que si se dilata por largo espacio. Pongo por ejemplo: si uno extendiese el Edipo de Sófocles en tantos versos cuantos contiene la Ilíada.

4. Dejo aparte que la imitación de los poetas épicos, cualquiera que sea, nunca es tan una como la trágica. La prueba es que de cualquier poema épico se hacen muchas tragedias. Lo cual es tanta verdad, que si tratan de componer una sola fábula, por necesidad, o queriendo abreviarla, la sacan manca; o dejándose llevar de la copia de versos, queda lánguida; que si amontonan muchas, es decir, una compuesta de muchas acciones, ya no es una; como sea que la Ilíada y Odisea tienen muchas partes de este género, que por sí solas tienen suficiente grandeza; no obstante que los dichos poemas están compuestos, cuanto cabe, perfectísimamente, y son sin comparación, más que otro ninguno, imitación de una acción sola. Luego si la tragedia se aventaja en todas estas cosas, y todavía más en el efecto propio del arte (supuesto que se ordenan ambas a causar no una recreación caprichosa, sino la que va dicha), habrá de ser mejor que la epopeya, como quien toca su fin más pronta y derechamente.

5. En conclusión, acerca de la tragedia y de la epopeya, tanto de ellas como de sus especies y de sus partes, cuántas son y en qué se diferencian, y cuáles son las causas de lo bien o mal hecho, y asimismo de las objeciones y soluciones, no tengo más que decir.



Referencia: http://www.apocatastasis.com/poetica-arte-aristoteles-tragedia-comedia.php#ixzz0c0n7k0SZ
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